El verano discurre plácidamente. La turismofobia ha desarrollado una variante enfocada en un colectivo concreto: los madrileños. De repente salen noticias de lo mal que se portan cuando veranean, especialmente por el norte. Con una actitud prepotente suelen entrar en un bar y para preguntar si hay pinchos. Intolerable. No es de extrañar que uno de estos establecimientos -nos cuentan los medios- se haya hartado y haya puesto un cartel diciendo que los madrileños no son bienvenidos. Malditos clientes, que no hacen más que molestar. Pero no sólo son los bares. Un periodista asturiano con muchos seguidores se ha quejado en la red de lo mal que lo pasa cuando tiene que bajar a Madrid porque, en su opinión, es un sitio desprovisto de cultura. Tal y como describe la experiencia, es como si hablara de esos poblados donde los aborígenes llevan un plato bajo el labio inferior. Y luego está lo del cambio climático. ¡Madrid es una ciudad sin árboles! Da igual que periódicamente aparezca en los rankings de ciudades más arboladas de Europa. Atravesar la Puerta del Sol requiere una preparación similar a la que se necesita para atravesar el desierto de Gobi. Uno puede quedar calcinado por culpa de los madrileños, que odian los árboles.
Las noticias son repetidas con entusiasmo por los medios próximos al Gobierno, así que sería ingenuo pensar que todo esto ha surgido de manera espontánea. Más bien parece un intento de desviar la ira provocada por el escándalo del cupo catalán y la evidencia de que el resto de comunidades va a apagar la investidura de Illa. Por eso entre las noticias madrileñofóbicas se está intentando deslizar la idea de que los insolidarios no son los nacionalistas catalanes (y los socialistas) sino la Comunidad de Madrid, a pesar de que ésta y la de Baleares van a ser las únicas que aporten financiación a las necesidades comunes. Un político del Bloque Nacionalista Galego, intoxicado por esta propaganda y evidenciando sus carencias numéricas, ha pedido un concierto similar al catalán para Galicia a pesar de que esta comunidad aporta unos cuantos miles de millones menos de lo que recibe. El del BNG no acaba de entender que el concierto es una cosa de regiones ricas, cuyos ciudadanos disfrutan de rentas superiores a la media. Sólo a éstas y a los socialistas les conviene, pero da todo igual porque la realidad cada vez pesa menos frente al relato. Por esa misma razón el esfuerzo gubernamental por tapar sus chanchullos es admirable pero superfluo: aparentemente a sus votantes les da todo igual. Están soportando con gran ecuanimidad que Sánchez altere las estructuras del estado en función de sus necesidades: ya han contemplado impasibles la volatilización de la igualdad, y ahora asisten a la de la solidaridad. Se han acostumbrado a vivir en la fantasía que les dosifican los propagandistas del PSOE, de la que sólo emergerán cuando la realidad a la que este partido les está llevando se desplome sobre sus cabezas. En ese momento echarán la culpa PP, que por su parte permanece ajeno a cupos y fobias y está pasando un verano de enorme serenidad y reposo en su propio nirvana.
En todo caso ¿no es algo irresponsable y destructivo mantenerse en el poder a costa de dividir y enfrentar a los ciudadanos? Y de paso, la madrileñofobia y la turismofobia ¿no son manifestaciones de una xenofobia elemental? ¿No son expresiones de odio y desconfianza hacia el de fuera? Pues sí, claro, pero las antenas de pertenencia -esas con la que detectamos las corrientes sociales- nos indican que ambas están de moda, así que en este punto la etiqueta se ha relajado y las emociones más chungas pueden fluir libremente. Ahora manifestar dudas ante la inmigración incontrolada es xenofobia, y posiblemente en el futuro esa manifestación pueda ser perseguida como delito de odio, pero acosar a un tipo que se ha pasado todo el año
trabajando para visitar tranquilamente el lugar que le gusta es muy recomendable. Sí, entiendo que el argumento no es fácil de seguir; acostúmbrense, como Sánchez, a sustituirlo por una sucesión de imágenes inconexas y los problemas de incoherencia desaparecerán.
Entretanto el verano continúa.