Uno de los textos periodísticos que más me gustan del gran escritor Andrés Trapiello lleva por título «El penúltimo romántico». El reconocido autor leonés iniciaba dicho artículo recordando uno de los versos más famosos del poeta y dramaturgo irlandés William Butler Yeats: «Fuimos los últimos románticos». Ese nostálgico y melancólico verso le daba pie a Trapiello para, a partir de ahí, exponer cuál era su propia visión sobre la esencia de los poetas románticos.
«Todos los poetas de cualquier siglo o país han pronunciado palabras semejantes, incluso con anterioridad a que al romanticismo se le llamara romanticismo. En cierto modo, la conciencia crepuscular de ser los últimos les resarce a los poetas del dolor de ser románticos, es decir, hombres que nunca, ni antes ni después, llegarán a nada. Podríamos definir esta manera de ser poeta, tal vez la única, así: la alegría de estar tristes o la melancolía de haber conocido unos días alegres», escribió Trapiello entonces.
Cuando oímos decir de un escritor, de un músico o de un cineasta que tiene un carácter esencialmente romántico, solemos sentir siempre, no sabría decir muy bien por qué, una mezcla de simpatía, de ternura y de afecto hacia esa persona. Por ello, enseguida queremos conocer las obras que ha escrito, escuchar las canciones que ha compuesto o ver las películas que ha dirigido, si no las conocíamos previamente ya.
Quizás lo que más nos atraiga de los artistas románticos sea saber que sobre todo nos hablarán de la vida y de los sentimientos, y que además lo harán siempre de forma superlativa, absoluta, apasionada, extrema. El término medio rara vez se da en ese tipo de artistas. Así, no parece haber vidas más plenas o más vacías, ni días más hermosos o más terribles, ni amores más maravillosos o más llenos de sufrimiento, que los vividos por las personas que cuentan con un marcado temperamento romántico.
Más allá del mundo del arte, rara vez solemos encontrarnos con personas esencialmente sentimentales o románticas. Por eso, cuando aparece en nuestra vida cotidiana o en nuestro entorno un ser así, solemos cuidarle y protegerle siempre de un modo muy especial, como seguro que harían también Yeats o Trapiello. A veces, incluso también a uno mismo le gustaría ser uno de esos últimos románticos de que hablaban ambos, uno de esos seres maravillosos que con su mirada, sus acciones o sus palabras nos hablan de la alegría de estar tristes o de la melancolía de haber conocido quizás unos días algo más alegres y mejores.