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Los señores de la Guerra

Por Francisco Gilet
miércoles 13 de diciembre de 2017, 02:00h

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A escasos días del ataque nipón a Pearl Harbor, Franklin Delano Roosevelt soltó la siguiente perla: “En política nada es casual. Si algo sucede, estad seguros de que se planeó así”. Y seguramente no se refería a la adquisición de acciones de empresas de fabricación de armamento por parte de un Rockefeller, pero siempre quedará la duda de si, tal compra, ya venía con información anticipada. Sea como sea, lo cierto es que nuestro actual mundo contempla como, sin aspaviento alguno, nos estamos acostumbrando a que, con el planteamiento de no discriminar a las personas, nos impelen a discriminar a las ideas. Los gritos que se levantan no van contra el personal que baila, sino contra el son al cual baila. Así el pastelero de Colorado que se niega a escribir en una tarta una frase de reconocimiento del matrimonio gay, por ir contra sus creencias personales, tiene que defender su derecho a discrepar ante el Tribunal Supremo. Peter Tatchell, un activista pro derechos de los homosexuales, también era de la misma opinión que el pastelero de Colorado, en un caso similar en un pastelería de Belfast. El fondo es idéntico; discriminar las ideas, con la excusa de no hacerlo con las personas.

La guerra de las ideas se está imponiendo, desde que Balzac se atrevió a escribir que “Todo poder es una conspiración permanente”, y en esa deriva se levantan voces reclamando que el derecho a la libertad ideológica sea una realidad y no una ilusión que usan los políticos para enmascarar el voto ciudadano. Si uno se detiene por unos instantes en meditar cual es su situación y la de la colectividad, puede que atine a apercibirse que el mundo entero habla de “democracia”, sin embargo ese mismo universo está regido por entes, por instituciones, por organismos que no han sido elegidos por ese “mundo”, sino por una oligarquía incontrolada e incontrolable y, en ocasiones, absolutamente desconocida. Ni la ONU, ni el FMI, ni la UNESCO, ni la OTAN, ni la OMS, ni la Comisión de Comisarios, ni los omnipresentes lobbies, resultan elegidos por la ciudanía, y sin embargo, de todos ellos surgen leyes, directivas, directrices, instrucciones, descalificaciones, condenas, que, no solamente inciden en el comportamiento normal de cada ciudadano, sino que se introducen en su intimidad.

Se lee que nos hallamos en plena III Guerra Mundial, en la cual las armas tradicionales se han visto sustituidas por guías impuestas desde lo “políticamente correcto”, diseñado éste por los grandes “globópatras”: Unos entes que trazan las líneas de conducta, de comportamiento, de estrategias macro económicas, de pensamiento, con una intencionalidad más orweliana que equilibrada. Se trata de pergeñar un mundo en el cual los antiguos Estados caigan en el olvido para nacer una suprema Organización Mundial en la cual, el bien o el mal, lo correcto o lo incorrecto, sea tan relativo, tan abstracto, que nada sea condenable, nada sea desterrable salvo lo establecido por ese nuevo ente supranacional. Nos hallamos caminando hacia una nueva religión —relativismo positivo —, en la cual lo moral, lo ético, viene conformado no por su esencia, sino por su legalidad; todo lo que la ley establezca será considerado positivo y prioritario para la convivencia. No habrá leyes injustas, ni leyes innecesarias en ese nuevo Orden, sino directrices de conducta que se entrometerán en la naturaleza misma del individuo, en su intimidad, en su pensamiento, en su creencia, hasta llegar a su conciencia. Serán esas superestructuras las que impondrán el bien, desde la fijación del mal, es decir, de lo “políticamente incorrecto”, de lo “intemporalmente ilegal”. Y todo personaje que se oponga a ese nuevo orden, será acosado, por tierra, mar y aire, hasta su erradicación del mapa social o su entreguismo converso. Las marionetas, los Junker, Gutierres o Lagarde, seguirán a las órdenes de los Soros, los Clinton, los Gates, los Kissinger, los Obama, la Fraternidad Parlamentaria, los Gore, los Roures, los grandes burócratas del mundo que manejan los hilos por encima de las historias, vivencias y comportamientos de la sociedad. Medios de comunicación, instrucciones globales, productos audiovisuales, campañas de acoso y derribo, constantes impulsos hacia el pensamiento del ciudadano, adoctrinamientos docentes, pretenden, no solamente controlar la vida, sino ir más allá y alcanzar el dominio sobre la mente, el pensamiento, las convicciones y, desde ese punto, pacíficamente por descontado, lograr que su “verdad” acampe en todo el planeta, que es tanto como decir que acepte cuanto llegue desde esa cima superior con plena conformidad. Levantar la voz contra ese planteamiento es correr el peligro de caer en el ostracismo amen de recibir el acoso, soportado no solamente por el pastelero de Colorado sino por el Presidente de Polonia que, gritando que los polacos son europeos pero aferrados a sus raíces históricas, ya comprueba cómo le anuncian el cierre de los Fondos Estructurales. Es un mobbing desde los socios del Club Bildeberg, los verdaderos señores del mundo. De la paz y de la guerra, pacífica, pero guerra al fin. Y mientras tanto reina la desidia, la indiferencia ante el tronar de los “cañones” sobre nuestras cabezas.

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