Tanto los políticos como sus partidos son el segundo gran problema nacional para los ciudadanos. Sólo el desempleo se coloca por delante como preocupación número uno. Así se desprende del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Los resultados -que llegan dos meses después de las elecciones generales y en plena negociación de la investidura- revelan el monumental hartazgo y enfado de los españoles para con su clase política, un máximo histórico que no se daba desde 1985.
El contexto ha ido variando en los últimos años. Durante la crisis, el rechazo iba ligado a los recortes y a la gestión de la recesión pero ahora, en época de crecimiento y con recursos suficientes, los ciudadanos les dan la espalda más que nunca, y es que el bloqueo en la gobernabilidad y la sucesión de elecciones terminan resultando agotadores.
Los ciudadanos demandan una gestión responsable y eficiente, alejada del histrionismo que algunos se empeñan en mantener. Líderes con altura de miras, capaces de llegar a un entendimiento con todas las fuerzas en los asuntos verdaderamente trascendentales para el país, adaptándose al nuevo escenario de fragmentación y no enrocándose en posiciones imposibles que solo llevan a la parálisis improductiva.
El mensaje ha sido claro y los políticos deberían reflexionar seriamente sobre la percepción que tienen de ellos quienes les pagan el sueldo.
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