De pronto, a uno le felicitan por celebrar sus bodas de platino con la vida. Y ante tal acontecimiento, nace la tentación de echar la vista hacia atrás y recorrer unos hitos, más o menos interesantes, más o menos llamativos que han ido perfilando el pasado. Sin embargo, es una tentación pasajera, dado que, en la intimidad, solamente se siente motivo de recuerdo de algunos instantes que, de no existir, vaciarían de profundidad ese aniversario que un amigo calificó de platino. El resto es simplemente nostalgia.
Y dentro de ese ambiente melancólico, de pronto, al levantarse el telón del presente, se experimenta la triste sensación de que lo realizado durante algunos años ha acabado en la papelera del olvido. Que cuanto fue, ya no es, y que, por lo tanto, hay que bajarse del tren, pues, ni su trayectoria ni su conductor son reconocibles, No es difícil apercibirse de que un “descuajeringue” lleva camino de convertirse en una lamentable realidad. Y el pasmo que provoca es paralelo a cierta desesperación ante la impotencia de aportar un granito de arena a fin de que, en los aledaños de la vida, no se contemple como tu país se vea descuartizado en tantos pedazos como ambiciones.
Ya no se trata de clamar contra la política de Rajoy, sino de reclamar que, todos quienes ahora se sientan en unos escaños constitucionalistas, asuman su sacrosanto deber de defender nuestra historia, con la ley en la mano y con la decisión en el corazón. Hay que gobernar, pero también hay que liderar una sociedad que se siente completamente huérfana de “auctoritas” a la hora de ver como se acometen unos graves problemas, que pretenden desmembrar una nación centenaria. Y esa carencia de autoridad, aboga al uso y abuso de la “potestas” soportado por y para el cargo. Los políticos han despreciado el liderazgo moral, para abrazar la autoridad emanada de la subvención, de la recomendación; es el ejercicio del poder para el poder, desaparecido el liderazgo como expresión de servicio.
El panorama resulta deprimente. Los momentos que se viven son los más oscuros desde la transición, y no da la impresión de que nadie eche mano de luminaria intelectual para irradiar un poco de luz sobre ese sombrío paisaje. Una luz que surgiría de un compromiso de todos los partidos no separatistas, contrapuesto, con la ley y la política, a unos retos que van dirigidos contra la misma línea de flotación del Estado español. Se trata de hacer frente a unos fugados de la justicia y su cohorte de gregarios despreciativos del TC, sin pudor alguno; a los integrantes de la mesa del Parlament que se lavan las manos de sus desobediencias con el agua de la irrisoria inmunidad parlamentaria; a los profesores que humillan a alumnos por ser hijos de Guardia Civiles; a los que alegaban que la DUI era puro simbolismo y ahora anuncian que la independencia se alcanzará por la vía de la incomodidad; a una interventora que es capaz de ocultar millones con destino a sufragar el movimiento independentista; a los marxistas de la CUP que no tienen rubor en proclamar su objetivo republicano y separatista. Por no mencionar que una televisión pagada con dinero público es el púlpito de separatistas, independentistas, etarras, revolucionarios y demás promotores de la disgregación de la nación. Si hasta uno de ellos reclama que en Gijón sea obligatorio hablar catalán. Y, cual colofón — hasta el momento — a un presunto malversador de millones de euros se le homenajea por su TV3, por su “escola catalana” y por sus Mossos, al día siguiente en que los cachorros de Arran anuncian en las paredes de Juzgados que “es la guerra”, y cuasi declaración de ella es la estulticia de senadores catalanes negándose a prometer la Constitución en español.
Mientras tanto un Doctor en Derecho constitucional se atreve a mencionar que, todo partido político que pretenda en sus estatutos la división de España puede ser ilegalizado. Y debiera. Son esos partidos los que están echando un pulso al Estado, a todo el pueblo soberano, ante la más absurda inacción de quién debiera hacer uso de la “auctoritas” y de la “potestas” surgida de la Constitución. En su lugar, insultos a jueces, menosprecios a la labor de la policía, algún “no estuve muy fina”, alguna retirada vergonzante y en medio de tal oscuridad intelectual, peticiones de informes, consultas, recursos, En resumen, se ha elegido el camino de la judicialización del golpe de Estado, olvidando la política. Política al estilo de UK que suspendió la autonomía del Úlster hasta en cuatro ocasiones o del TC alemán que cerró la cuestión bávara con un portazo; igual, con ello, la mesa del Parlament, con el fugado en la sombra, no seguiría retando al Estado. Se trata, en fin, de abandonar el uso de la justicia y dar cauce a la política como arma constitucional. Sin embargo, ello sería acudir a la “razón de Estado” y para nuestros políticos eso es “franquismo”. Entretanto, Cataluña arde, Valencia aguarda, Baleares suspira y Navarra se declara parte del País Vasco del Sur, entretanto el PNV ya habla de Euskal Herria. Y el impasible PP, según el CIS, va perdiendo los mismos puntos porcentuales que va ganando Ciudadanos. Todo un éxito. ¿O no?