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Los chochos voladores

Por Eduardo de la Fuente
domingo 11 de noviembre de 2018, 04:00h

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Cojan calendario y bolígrafo rojo y marquen el 23 de noviembre. Sí, damas y caballeros, sobre todo damas, tienen una nueva cita con la penúltima ocurrencia de nuestro regidor favorito: la chocho charla. Con todos ustedes: ¡Aligi Molina! Qué gozo volver a tenerlo en esta columna de opinión. Molina se resiste a la purga podemita que lo ha echado del Ayuntamiento de Palma y muere matando, apurando los meses que le quedan con grandes iniciativas. Del hombre que iba en bicicleta por la acera el Día sin Coches, del que llamó racistas a los comerciantes, del que le declaró la guerra al estado de Israel, del que se fue a parar un desahucio de perroflautas de un jardín urbano, del que metió a Valtonyc a dar una rueda de prensa en Cort… De ese gran hombre, de ese visionario incomprendido, ahora llega el hablar de coños con dinero público. Fascinante. ¿Se acuerdan de la canción Los chochos voladores de Siniestro Total? Ay, que me parto.

Ya lo habrán leído. Molina se trae a Palma a una tal PsicoWoman, una tipa que dice ser psicóloga, sexóloga, terapeuta, youtuber, coñóloga… Vamos, lo que viene a ser un compendio de modernidad mal digerida. Por un módico precio viene a la ciudad a darnos una chocho charla. La experta en vaginas asegura que la mujer se tiene que empoderar con su coño. Guay… Décadas de feminismo tiradas a la basura. Ahora resulta que en lugar de buscar la igualdad lo que hay que hacer es recurrir al hecho físico diferencial y esgrimir el coño como si se tratara de un lanzagranadas. Yo pensaba que el feminismo era otra cosa. Basarlo todo en el coño no es empoderar —horrible palabro, por cierto— sino cosificar —otro deleznable palabro—, se pongan como se pongan. El reduccionismo intelectual se viste de acto «lúdico y lleno de humor», según justifica Cort. Pues a mí no me hace ni puta gracia, entre otras cosas porque pago la chorrada con mi bolsillo, y ustedes con el suyo. Pero claro, Molina, que no se ha ganado las habas en la vida, no entiende el concepto del dinero. Entiende del bolsillo ajeno, eso sí, pero del suyo no tiene ni idea. No le deseo ningún mal, sólo espero a ver si su activismo subvencionado le da para comer después de mayo. Apuesto a que sí. Para tonterías nunca falta la pasta.

Estas paridas no son patrimonio mallorquín. Ando preocupado porque en unos días marcho a Madrid y veo que por allí también andan haciendo tonterías. Acepto que me llamen casposo. Una escapada a Madrid debe cumplir unos mínimos rituales gastronómicos: desayunar churros, comer un bocata de calamares en la Plaza Mayor, hacerse una ronda de tapas en Los Timbales, meterse un pelotazo en el Chicote, o pasarse por el Museo del Jamón. Hay otros, estos son los básicos. No sé si la cosa es reciente o de hace tiempo, ando preocupado. He visto un vídeo en el que gente amargada que no come carne —respeto el veganismo, pero una vida sin catar un buen chuletón tiene que ser triste como trabajar de obrero metalúrgico en una ciudad perdida de Siberia— se manifiesta al grito de «no es jamón, es cerdo muerto». Y, ¡sacrilegio!, lo hacen frente a un local del Museo del Jamón. Así no vamos, hombre, que a los que nos gustan los coños y el jamón nos están poniendo las cosas cada vez más difíciles.

También se va a poner fea la cosa de andar mendigando hipotecas por los bancos. Mucho se ha escrito y más se ha ladrado sobre la dichosa sentencia del Tribunal Supremo y la populista reacción de Pedro Sánchez. Aquí lo único cierto es que el cliente va seguir pagando. No hace falta ser muy vivo para saber que los bancos repercutirán el importe del impuesto en los servicios que prestan. Así que todo cambia para que todo siga igual. Lo que me jode es que el impuesto en sí se lo llevan las comunidades autónomas, que además deciden el importe del mismo a su antojo. Tanto hablar y hacerse el compungido, tanto criticar a la banca y nadie va a la raíz del asunto. Y la raíz es bien sencilla de entender: nos hallamos ante un impuesto más que injusto, lo pague quien lo pague, un robo como el impuesto de sucesiones, el que grava las donaciones en vida o el atraco de los ayuntamientos con la plusvalía. Estaría bien que Aligi Molina en lugar de una chocho charla se montara una chorizo charla para explicar a los ciudadanos como, con la excusa de eso tan pomposo que llaman justicia social, se nos mete la mano en la cartera día sí y día también.

Otra a la que la cosa se le ha puesto cuesta arriba es a Sandra Espeja, la consellera podemita de Medio Ambiente del Consell de Mallorca. La pobre mujer ha recibido un bofetón de realidad y ha tenido que tragarse el mismo jarabe (que no Jarabo) que andan recetando a todos los ciudadanos. Nuestra querida Sandra trabaja en un plan B por si lo de mayo de 2019 sale mal y ha optado a una plaza de agente forestal en el Govern. Hasta ahí, nada que decir. La guasa viene al saber que la han excluido por no tener el nivel de lengua catalana. No me quiero reír porque de una persona que intenta ser funcionaria y que puede necesitarlo, pero no me negarán que es para despollarse. Y ahí lo dejo. Seguro que a ustedes se les ocurren una pila de comentarios al respecto.

Después de tanto despropósito uno acaba exhausto. Así que lo mejor es relajarse. No sé si mi columna de opinión les causa estrés. En el caso de que así sea —y si no, también— les recomiendo una buena terapia de sofá, manta y una buena peli, algo tranquilo como La matanza de Texas o la última de Rambo, esa en la que descuajaringa la mitad de Birmania con un vendaval de amputaciones, evisceraciones y demás actos de casquería. Les hablaría del valor terapéutico de la violencia en el cine, pero esa es otra historia…

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