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Locus iste sanctus est

miércoles 30 de abril de 2014, 17:49h

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Así rezaba -al menos, hasta hace pocos años- una moldura sobre el arco de un pasillo de uno de los lugares más entrañables y queridos para muchos mallorquines, el Instituto -antes INEM, luego INB y ahora IES- Ramon Llull de Palma, que ha cumplido cien años, lo cual es motivo compartido de satisfacción.

El latinajo, reminiscencia de la arcaica confesionalidad del estado y de la existencia de una capilla que fue ocupando distintas ubicaciones, es sólo una muestra más de la larga y fructífera historia de esta institución de enseñanza media, sin duda la más prestigiosa de entre las de titularidad pública de las islas.

El Ramon Llull compitió -y compite- con los colegios privados de más renombre en la formación de la vanguardia de este pequeño país. Ninguno de los que pasamos por sus aulas tuvimos jamás el más mínimo complejo frente a los bachilleres sallistas, jesuitas o franciscanos, por poner ejemplos socialmente reconocidos desde hace décadas.

Viví en él tiempos de cambio, de una transformación social que nos marcó profundamente, desde la transición o la aprobación de la Constitución, hasta el golpe de estado del 23F, ahí es nada.

En esa época ejercían sus últimos años de docencia -y tuve la oportunidad de asistir a sus clases- profesores que eran auténticas instituciones desde la posguerra. Don Pep Font i Trias, catedrático de Filosofía, lo había sido todo, desde docente a una edad muy temprana -se graduó con 18 años-, a director durante lustros. Don Pep era, además, licenciado en Derecho y preparó docenas de estudiantes libres antes de tener nuestra propia facultad. Sus clases eran deliciosas, pese al abismo generacional -entonces, mucho más acentuado que hoy- entre unos chavales de 16 años y un viejo profesor de 67. Como nosotros éramos de natural gamberros, le contábamos las veces que repetía su muletilla "verdad", registrándose para la posteridad el récord el día que nos explicó el tema "Verdad y Certeza", con 162 impactos, que anotábamos dibujando palitos sobre el pupitre. Al, a la sazón, joven profesor de matemáticas, en cambio, le contábamos las veces que decía "de acuerdo", cuyo récord -lo vivo como si fuera ayer- se situó en 60, aunque el último se lo tuvo que extraer forzadamente, con una consulta absurda, mi buen amigo Alberto Bañón, de numerosa familia de juristas alicantinos.

Fueron centenares las anécdotas vividas en las aulas con don Toni Colom, alias "el Chicle", -primer director del diario Baleares- en sus atípicas clases de inglés; o las del archiconocido catedrático de ciencias naturales don Maximino San Miguel -alias "doctor Max" o el "Gángster", siempre al volante de su Volkswagen escarabajo matrícula de Gran Canaria-, con su extrema pulcritud en el laboratorio y su famoso ornitorrinco disecado; con don Eusebi Alomar, alias "Pitusín", que nos descubría los placeres literarios; con el físico Eleuterio Martínez, alias "El Lute" y sus modelos moleculares humanos; con don Bernat Cifre, amante de Virgilio, Costa i Llobera i del Gaudeamus Igitur cantado de pie sobre los bancos del aula magna mientras él hacía sonar aquel viejo piano; con don Joan Bonet, profesor de educación física, auténtico animador juvenil, que organizó el equipo de balonmano -el OASIS- y que, con su cigarro sin boquilla sobre el labio inferior, nos gritaba ¡corred chiquitos! mientras dábamos vueltas a un patio cada vez más reducido (corríamos en espiral). Y qué decir del personal administrativo, con el bedel Sr. Simonet y su uniforme azul y con el Sr. Fernández en secretaría y las dichosas pólizas de cinco pesetas, sin las cuales era imposible trámite alguno.

Me dejo en el tintero cientos de nombres y de anécdotas, no quiero aburrirles con batallitas, pero lo cierto es que de aquella casa en transformación hacia finales de la década de los setenta y los incipientes ochenta salió una generación extraordinaria de profesionales y líderes de toda clase, a un nivel difícilmente repetible hoy día por múltiples razones.

El Instituto por antonomasia -el "masculino", pues el Joan Alcover continuó siendo el "femenino" muchos años después de implantarse la coeducación- fue para nosotros algo más que un centro de enseñanza, fue escuela de vida y fuente de hermosos e imborrables recuerdos de juventud.

Por eso, me alegra que cumpla cien años y deseo que sean al menos otros mil los que los mallorquines podamos celebrar el contar en nuestra sociedad con una institución así.

 

 
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