Lo importante es participar dicen los que no han ganado, la belleza está en el interior los poco agraciados y el tamaño no importa los infradotados... pero, y me pongo seria, ‘no hay mal que por bien no venga’ lo podemos decir todos, porque todos y absolutamente todos estamos expuestos a sufrir situaciones nada agradables de las que necesitamos extraer algo positivo por el bien de nuestra salud emocional.
Hace unos días falleció una persona a quien apreciaba muchísimo. Una mujer entrañable a quien le hubiera quedado mucho de vida si el maldito cáncer no la hubiera arrebatado de esta tierra después de muchos años de lucha y sufrimiento. Es difícil quedarse con algo bueno de una situación tan dolorosa y luctuosa, y sin embargo, para mi ha sido toda una enseñanza de vida.
Decía Steve Jobs a las puertas de su temprana muerte, que ni la riqueza ni las alabanzas que había conseguido le importaban en ese momento; y ello me recuerda también las palabras del superviviente del accidente de avión de los Andes Nando Parrado en referencia a que las sensaciones del amor son las que mueven el mundo
Pues bien, Maria, la mujer a quien me estoy refiriendo, no era una persona que tuviera un puesto relevante en una empresa importante, ni salía en las portadas de las revistas, ni se hizo rica con su trabajo. Era una persona sencilla, de carácter humilde. Y sin embargo, las muestras sinceras de dolor y reconocimiento hacia ella fueron muchísimas y muy muy sentidas.
En un momento tan crucial y determinante -por el que todos indefectiblemente pasaremos- nos damos cuenta que a lo que realmente le damos valor es al trato que nos ha dispensado una persona durante su vida. No nos importa si ha descubierto la vacuna contra la rabia, si tiene mil trabajadores a cargo, si ha ganado siete premios Nobel y mucho menos si tiene mil millones de euros en la cuenta corriente. Lo que nos conmueve es si ha sido buena gente, si nos ha dispensado amor, si ha sido amable, atenta y respetuosa con nosotros. Cuando la muerte llama a la puerta, no hay bienes materiales ni alabanzas que que superen el afecto que nos ha dado y hemos sentido por una persona.
Cada uno, con sus actos en vida, elige el sentimiento que despertará en los demás en el momento de su éxodo.