Domingo. 11:30. Calle Andrea Doria (un almirante desconocido para el Almirante Alcalde Hila). Sentido bajada. Circulo en mi coche (la frecuencia del transporte público es inasumible) a la velocidad reglamentaria cuando, a unos cien metros delante de mí, un semáforo se pone en amarillo y después en rojo. Empiezo a reducir velocidad. Me sigue una bicicleta con un ciudadano debidamente uniformado. Cuando han pasado unos segundos desde que estoy preceptivamente detenido, sin pararse, decide hacer caso omiso a la luz roja y adelantarme entrando en un cruce sin visibilidad.
Fueron segundos. Todo paso muy rápido. De la derecha nos sale un coche, que pasaba en verde, acelerando cuando el ciclista imprudentemente deambulaba por el cruce. Solo la maniobra evasiva del conductor evito el desenlace previsible. Ese ciclista le debe la vida a un desconocido.
Es la crónica de una situación que viví acompañado de mi hijo, desde ayer universitario (orgullo inimaginable de padre), hace dos días. La cuestión es, qué lleva a una persona a jugarse la vida por no detenerse unos segundos en un semáforo.
Acaso el ciclista no tiene hijos, esposa, pareja, padres y demás familia; ganó unos escasos segundos de ventaja que hubiesen podido ser definitivos. Tuvo mucha suerte. ¿Merecía el conductor del otro coche sufrir un cargo de conciencia de haber atropellado al ciclista pese a que él hacía las cosas bien?
No soy capaz de entender a esas personas que, con patinetes, bicicletas y demás vehículos semejantes, son capaces de poner su vida en juego para ahorrarse unos segundos, como esos peatones que cruzan en rojo, o esos coches, y especialmente los autobuses de la EMT en la Plaza de España, para los que el semáforo en rojo no va con ellos.
¿No tienen una vida que perder todos ellos? ¿Qué les lleva a la temeridad? Palma es una ciudad en la que, pese que se anuncia que se circula a 30 Km/h, no se respetan ni señales ni semáforos, y superamos a legendarias ciudades como Nápoles o Atenas.
Varias cuestiones me dio que pensar el comportamiento del ciclista referido; un egoísmo insufrible, cual Manuel Fraga, "la calle es mía", la falta de educación vial y ciudadana, la temeridad en grado sumo y, por último, la ley de la selva.
En este pequeño país, y especialmente en su capital, tenemos serios problemas de comportamientos cívicos. Creo que tenemos un problema en nuestra relación con los demás vecinos. El Ayuntamiento, erróneamente, cambió el método de recogida de trastos, pues los ciudadanos sacamos los trastos a la calle aunque estén 10 días en la misma calle.
Lo mismo pasa con los patinetes y bicicletas que circulan ilegalmente y a velocidades excesivas por aceras y zonas peatonales, y si les reprendes por su incivismo aun recibes un insulto. Las autoridades deben hacer una labor de persecución no recaudatoria, obviamente, pues ya tenemos los bolsillos del revés, contra los infractores. No es la supresión de un derecho; es la defensa de los derechos de la ciudadanía que observa el cumplimiento de las normas.
La Policía debería sancionar a quienes infringen las normas, como lo hacen los radares recaudatorios que existen en la ciudad cuya finalidad es la de llenar las arcas municipales. Es que si no se adoptan esas medidas los ciudadanos que andamos cumpliendo las normas de circulación y mínima conducta social estaremos arrinconados.
La alternativa es que, frente el acoso que sufrimos muchos por los patinetes, nos tomemos la justicia por nuestra mano y, cuando pasen por nuestro lado, les saquemos, cual Sergio Ramos, un codo y les derribemos. La alternativa es que nos derriben ellos y encima sin seguro. ¿Quién asumirá los costes de baja laboral, lesiones y secuelas?
No soy capaz de reconocer a Palma. Pretendemos que sea la capital del Mediterraneo y somos una ciudad dejada de la mano de Dios. Pocas cosas positivas se pueden decir en estos momentos de nuestra ciudad, mi ciudad, la que siento en mi corazón y que, por la irresponsabilidad de algunos ciudadanos y la ineficacia de muchos gobernantes, está triste y abandonada, sin vida.
Creo que ya no podemos caer más bajo. La ciudad no se puede permitir un centro como está en estos momentos (con la Plaza Mayor como ejemplo insuperable), con inseguridad ciudadana insoportable, con servicios públicos ausentes, con taxis desparecidos en busca de la gran carrera y protegidos por el Govern, que impide la entrada de la competencia de manera clientelar en perjuicio de los ciudadanos y en beneficio de los taxistas, que gozan de un monopolio indecente.
La ciudad está sucia como nunca, llena de coches abandonados en cualquier zona. Y un Alcalde Almirante que se pone de perfil, pues siente que no va con él.
La sociedad civil debe implicarse, ya que las administraciones que pagamos con nuestros impuestos no se sienten señaladas y no reconocen la existencia del problema, y debemos solucionar lo que nos ha tocado vivir. ¿Saben? Este otoño y este invierno serán duros. Habrá hambre en nuestras calles y, como siempre, la sociedad civil, a través de ONGs y la Iglesia Católica, darán un ejemplo de solidaridad a nuestros gobernantes.
Es el momento de la reflexión y del esfuerzo, de la educación y del respeto a las normas, de la conciencia ciudadana y de la buena vecindad. Es hora de que nos comportemos como seres humanos, pues, como aquel ciclista, tenemos una vida, solo una, y para nuestros hijos y seres queridos nuestra vida es muy valiosa, por si no lo es para nosotros mismos. Todos somos responsables.