Ligne Maginot (y 2)

El resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia ha dejado frente a frente, con diáfana claridad, a los dos bandos que copan el nuevo espectáculo político europeo, con dos visiones completamente opuestas, que se apoyan en dos realidades absolutamente heterogéneas y que provocan una profunda división social. Por una parte, los partidarios del proteccionismo a ultranza, del cierre de fronteras a cal y canto, de las identidades nacionales fuertes y, por otro, los que apuestan por la globalización, por la libertad de comercio, por la cultura cívica y por el cosmopolitismo.

Una de las paradojas de este nuevo reparto de papeles es lo descolocados que han quedado los partidos clásicos, el partido socialista (por segunda vez sin llegar a la segunda vuelta) y los republicanos (por primera vez sin llegar al balotage) pero sobre todo lo herida que ha quedado la izquierda, que la que no se ha ido con los nacional-populismos, como la nueva llamada Francia Insumisa, se ha vuelto liberal.

De un estudio en profundidad de los resultados de la primera vuelta se sacan las siguientes conclusiones : que el partido de extrema derecha capitaneado por Marine Le Pen, no ganó esa primera vuelta por los votos que le robó el partido de extrema izquierda comunista de Jean-Luc Mélenchon, que se presentó, como ya he dicho, con un programa casi milimétricamente igual al de madame Le Pen; que la suma de los votos de los dos ganadores no llega, ni de lejos al 50% de los votos escrutados (se queda en un escuálido 45,25% de los votos); que la suma de los votos de la extrema derecha y la extrema izquierda que proponían la salida de las instituciones a las que históricamente Francia ha pertenecido y ha tenido un papel relevante sumaron un preocupante 41,17% del electorado que votó; que la suma de los votos del socioliberal Macron, de la ultraderechista Le Pen y del republicano Fillón, derecha, suman la importante cifra del 65,16%, por lo tanto un electorado claramente escorado a la derecha.

La noticia de estas elecciones ha sido el éxito de Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional, del que ha dimitido para dar una imagen más suavizada, que al obtener el segundo puesto pasa a disputar la Presidencia de la República al candidato socioliberal Emmanuel Macron, la noticia es la presencia de una fascista como Le Pen a las puertas de la Presidencia de la República en un país como Francia que para muchos es un referente de las libertades y de la democracia, aunque lo relevante es el fracaso de la izquierda y del socialismo francés en concreto.

El éxito de Marine le Pen revela uno de los gravísimos problemas de fondo, que trascienden de la política ya que expresa un profundo malestar en la sociedad francesa, que votando como lo ha hecho, ha deslegitimado las instituciones democráticas, sobre todo a los partidos políticos como pilar esencial de la democracia, ya que sin democracia no hay partidos políticos, pero sin partidos políticos tampoco hay democracia. En Francia hoy, el importante voto recibido por los extremismos, de derecha y de izquierda, que en conjunto ha superado el 41,00 % de los votos, es un aviso muy importante que la democracia y el espíritu republicano, tan querido por los franceses, está en peligro, y que hay que variar el rumbo que está llevando esta Europa Unida que está haciendo aguas por todas las costuras.

Otro de los problemas que se han puesto en evidencia son los votos cosechados por la ultraderecha en estas elecciones en los barrios obreros, en los que algunos obreros han dejado de votar a la izquierda porque simplemente sienten que ésta no defiende sus derechos ni sus intereses, sus puestos de trabajo, como ya ha ocurrido repetidamente en otros países de Europa, así en Dinamarca, en el año 2015, el Partido Popular Danés siguió aumentando su porcentaje de voto obrero que superó el 21% cuando en 1979 fue solo del 2%; en Bolonia, la llamada la “Bolonia la roja”, bastión tradicional de la izquierda comunista italiana, en las municipales del año 2016, la candidata de la Liga Norte alcanzó el 22,19% de los votos en una continua línea ascendente de este partido en dicha localidad; en el barrio obrero y tradicional feudo izquierdista de Simmering de la llamada “Viena la roja”, en las últimas presidenciales, ganó el FPO con el 42,9% de los votos: entre sus votantes había obreros locales y también inmigrantes; en Finlandia está ocurriendo otro tanto hasta el punto de que Verdaderos Finlandeses se presenta ya como “el partido de los obreros sin socialismo”; en Holanda el Partido por la Libertad, de Geert Wilders, creado en 2006, tras la crisis de 2008 ha ido aumentando su implantación popular, siendo a veces el partido más votado de zonas humildes de localidades como Almere, Onderbanken, Volendam, el puerto de Róterdam…

Todo lo cual plantea una situación escabrosa en esta segunda vuelta de estas elecciones presidenciales en Francia, elegir entre dos concepciones diametralmente opuestas, sin riesgo de confusión ni puntos de conexión entre los aspirantes, dos propuestas antagónicas para el futuro de Francia y de Europa, y sin que sus propuestas sean mayoritariamente aceptadas por los votantes franceses.

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