Hace una década, cuando el lunes posterior al final de la liga en Tercera División se celebraba el sorteo de las fases de ascenso a Segunda B, la duda residía en saber en qué pueblo iba a caer fusilado el pelotón de equipos de Balears. Las eliminatorias eran burdos epílogos de una temporada más o menos agitada que generalmente resultaba ser insustancial. Hasta que llegó la hierba artificial a todos los campos de fútbol, la exigencia de entrenadores titulados y un cambio en el modelo para subir de categoría. Y desde entonces, uno tras otro, desde Eivissa hasta Maó pasando por Inca, han ido ascendiendo.
Puede hacerse una lectura gratuita y pensar que todo está relacionado con el azar, pero lo cierto es que todo tiene una base empírica. Mejores instalaciones, más medios, educadores, técnicos más preparados y un futbolista que se ha sacudido los complejos. ¿Acaso vieron a algún jugador del Binissalem encogerse ante un grupo de críos formados en el Real Madrid? Es evidente que el escenario ha cambiado, que en la Comunitat hay mucha materia prima y que el proceso ya es imparable. Más allá de que con eso y un puñado de dinero alcance para sobrevivir luego en la Segunda División B, lo cierto es que el fútbol de nuestras islas ha demostrado que tiene un futuro envidiable.
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