Ley de Símbolos: sensatez

La Ley de Símbolos que impulsa el Govern Bauzá lleva el imparable camino hacia el Tribunal Constitucional. La oposición cuenta con el dictamen del Consell Consultiu, donde se afirma que va contra la libertad de expresión exigir autorización previa de la Conselleria para exhibir, por ejemplo, un lazo cuatribarrado en un centro docente. El PP ha decidido soslayar este dictamen y continuar adelante con la ley incluyendo este precepto.  Si lo eliminase, esta norma entera casi se le caería de las manos. Bauzá fue elegido presidente por mayoría absoluta para eliminar problemas, no para crearlos. Bauzá fue votado para inyectar paz donde había conflictos, no para encender fuegos donde existía calma. La talla de un líder se mide por la templanza que es capaz de generar e implantar en todo su ámbito de influencia. Sería recomendable que la sensatez llegase a la cuestión de los símbolos. Porque cuando se tensa la cuerda lo único que se consigue es el efecto contrario al que se buscaba. Imponer estas autorizaciones previas también es politización. Y abre una perspectiva fácil de adivinar: Cuando llegue el día en que los símbolos dejen de ser una corona de espinas, colegios e institutos se poblarán de lazos cuatribarrados, hasta institucionalizarlos. Serán inamovibles. Serán parte de la Historia. Lo habrán conseguido aquellos que los intentaron prohibir. En los años veinte del siglo pasado el presidente del Gobierno era el general Miguel Primo de Rivera. Tomó dos medidas huérfanas de sentido común: Marginar las banderas cuatribarradas e imponer la censura previa. En cierta ocasión visitó Barcelona. No había ni una sola bandera catalana en toda la ciudad, que le recibió de manera fría y displicente, dándole la espalda. El Rey Alfonso XIII le tuvo que decir: "Miguel, cada persiana cerrada es una bandera catalana". Con la censura previa tuvo un fracaso mayor. Le burlaron. Un periódico publicó un poema de enardecidos elogios hacia Primo de Rivera. Pero si se leía, de arriba a abajo, la primera letra de cada verso, el resultado era: PRIMO ES UN BORRACHO. En sus tiempos, Primo de Rivera perdió la sensatez y entró en el terreno del absurdo. Era la antesala de la befa y el desprecio con que acabó perdiendo el poder.

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