Suena monstruoso. Y lo es. La descerebrada posición de los líderes de Podemos y Sumar -socios preferentes de Pedro Sánchez- con relación a los salvajes ataques terroristas de Hamas en Israel contra civiles -incluyendo jóvenes y niños- supone el alineamiento -consciente o no- de los comunistas españoles con las tesis que inspiraron los crímenes del 11 de marzo de 2004 en Madrid por parte de radicales islámicos.
No se atreverán a decirlo, porque las víctimas entonces fueron conciudadanos nuestros y ahora solo odiosos sionistas, pero muchos de ellos íntimamente piensan que es legítimo que, de vez en cuando, el islamismo radical sacuda nuestras conciencias asesinando cobardemente al primero que se ponga por delante, porque Occidente -y, en ese magma, podemos incluir por igual a Israel, EEUU o España, mal que les pese- es culpable y debe pagar no se sabe bien qué deudas.
Para la extrema izquierda y para una parte nada despreciable del resto del progresismo español los israelíes son seres sin alma a quienes imputan el terrible crimen de intentar defenderse del exterminio programado, que, por lo visto, los judíos de todo el mundo deberían aceptar sumisamente. Es el antisemitismo medieval disfrazado de causa por la liberación de Palestina.
Tras asistir en directo a la lluvia de misiles que los terroristas lanzaron sobre poblaciones israelíes -afortunadamente protegidas por un eficaz escudo- y, sobre todo, a las crudas imágenes de los asesinatos, decapitaciones, secuestros y torturas de jóvenes o criaturas que podrían ser los hijos de cualesquiera de ustedes, a algunos se nos revolvieron las tripas, mientras que otros, en cambio, segregaron hiel y ansias de sacar banderas palestinas a la calle, al tiempo que ya anunciaban que toda respuesta de Israel sería siempre espuria e ilegítima. Israel es siempre culpable y los pobres palestinos inocentes -en realidad, principales víctimas de Hamas- el pretexto perfecto para justificar los asesinatos de judíos, a los que en el colmo de la infamia se llega a comparar con los nazis.
El antisemitismo de la izquierda no es nuevo. Nadie en la historia del mundo ha asesinado más judíos -y miembros de muchas otras minorías- que Iosif Stalin y la Unión Soviética, es decir, la Rusia comunista a la que la izquierda española glorificaba y quería imitar en los años 30 del siglo pasado.
Claro que, como Stalin ganó la guerra y su sosias Adolf Hitler la perdió (afortunadamente, aunque mejor hubiera sido que la hubieran perdido ambos), pues obviamente la propaganda de posguerra nos legó un relato en el que la URSS aparecía como liberadora y Alemania como única culpable del holocausto antisemita.
Muchos desconocen el pacto entre Hitler y Stalin de 1938, que evidenció ya hace 85 años que entre comunistas y nazis hay solo pequeños matices semánticos y, eso sí, una lucha salvaje por monopolizar el poder absoluto para ver qué dictadura es más cruel. Al fin y al cabo, el fascismo y el nacionalsocialismo son meras excrecencias violentas del socialismo del primer tercio del siglo XX.
Y lo peor es que nada parece haber cambiado. Podemos y Sumar ocultan poco y mal su sintonía con el régimen asesino que campa en Irán, una dictadura teocrática en la que las mujeres y los homosexuales -a quienes aquí dicen representar casi en exclusiva- son ejecutados a diario por delitos tan graves como salir de casa sin velo o amar a personas del mismo sexo.
Irán es, además, el único estado del mundo que no esconde su pretensión de llevar a cabo un genocidio tan pronto como le sea posible y exterminar de la faz de la tierra a todos los judíos. Ni siquiera les basta con acabar con el Estado de Israel.
Pero no crean que los persas son los únicos que alientan este crimen contra la humanidad. Catar -dictadura a la que regalamos un Mundial hace nada-tampoco se corta, y en el mismo vagón viajan Venezuela y el resto de regímenes bolivarianos de América, tan del gusto de nuestra vicepresidenta Yolanda Díaz.
Por supuesto, no debemos olvidar que, tras este coro de sátrapas, están las dos principales dictaduras comunistas del planeta, la Rusia de Putin y la China de Xi, frotándose las manos, mientras los ciudadanos occidentales permanecemos -una vez más- tibios ante el anunciado exterminio, sin saber si responder o pedir perdón. Como en la Alemania de los años cuarenta o la España de 2004.