Semana de vértigo: el juez Llarena llama a declarar al ministro Montoro por bocazas; el PSOE le tira los tejos a Manuela Carmena para llevársela de candidata a la alcaldía de Madrid; en Podemos se les ve la patita estalinista y cierran en falso la crisis Errejón-Bescansa sin «ni media tontería»... Tiempo, denles tiempo, un día de estos Errejón amanecerá con un piolet en la cabeza... Rematan la locura los hijos de puta de ETA pidiendo perdón con la boca pequeña, un verdadero insulto que como, siempre celebran los palmeros.
En el ámbito local también ha habido chicha: Bel Busquets, la vicepresidenta y jefaza de Turismo dice que va a presentar por Més al Consell de Mallorca; el gerente del IME ha salvado el cuello in extremis —reconozco que lo daba por finiquitado—; el alcalde de Palma, Toni Noguera, ha tenido que mediar entre la guerra —porque eso es y no otra cosa— de las regidoras Aurora Jhardi y Angélica Pastor a cuenta del top manta; y Rajoy ha venido por estos lares a decirle a Biel Company que «duerma tranquilo» y a hacerse —disculpen lo manido del localismo— el gallego por aquello del descuento de residentes.
Con todo esto sobre la mesa me pregunto de qué demonios voy a escribir hoy... Permítanme la digresión, voy a hablar de libros. Ya puedo oír sus ronquidos.
En estas fechas me empreño, pero empreñarse en su segunda acepción de la RAE, «causar molestias», que lo de preñar a un hembra ya lo he cumplido, y lo mío me costó. Parece mentira que aun sabiendo lo que va a pasar me siga cabreando. Este 23 de abril, como todos los años, se celebra el Día del Libro y aquí nos volvemos todos medio gilipollas y lo llamamos Sant Jordi. La intención política de meternos en el orbe que no es el nuestro es clara. Lo de la rosa y el libro está muy bien en Barcelona, es una bonita tradición. Y celebro que al importarla a nuestras tierras los floristas ganen un poquitín de dinero. Lo que me repatea es la intención. Amo a los libros, coño, que los escribo, ¡cómo para no quererlos!
Dejando la tontuna de Sant Jordi, un año más estamos en las mismas. Las políticas de fomento de lectura y del sector literario —porque es un sector, de él viven escritores, editores, correctores, diseñadores y maquetadores, agentes, imprentas, transportistas, libreros…— continúan siendo palabrería esnob. La mayoría de libreros siguen siendo cerriles, la mayoría de escritores nos comemos los mocos y pecamos de ombliguismo, y la mayoría de editoriales —además de desbordadas— siguen líneas y filosofías erráticas cuando no estrambóticas. Pero seguimos adelante porque somos cabezones y porque una vida sin libros es como dormir sin soñar.
Esta negrura me invade cada 23 de abril. Los libros me duelen. Es extraño porque debería estar de enhorabuena, unos días antes cumplo años, el 20 de abril. Mi cumpleaños y el de los libros van juntos. Y en este caótico 2018 me han llegado dos maravillosos regalos. Dos de mis alumnas de Valencia comienzan a ver el fruto de su trabajo y esfuerzo. Una de ellas, la más joven, ha obtenido el tercer premio en un certamen literario. He leído su trabajo y no sé cómo serían los otros dos, pero les aseguro que es bueno de la hostia. Otra, está viviendo uno de los momentos más bonitos que puede vivir un escritor, un momento que sólo se da una vez. Ha conseguido finalizar el manuscrito de su primera novela, texto que ansío leer. El mérito es suyo, en nada atribuible al hecho de que hayan sido mis alumnas, y me siento orgulloso, muy orgulloso de ellas. Me gusta pensar que tal vez he contribuido a su éxito, aunque sea en un diminuto uno por ciento. Es el mejor regalo que podrían hacerme por mi cumpleaños, el mejor regalo para todos, porque demuestra que, con trabajo, voluntad, dedicación y —esto último no es menor— humildad, se pueden conseguir aquellas cosas por las que vale la pena sacrificarse.
Por si fuera poco, me han llegado dos regalos más. Un muy buen amigo, al que he tenido la suerte de editar, prácticamente ha agotado la primera edición de su último libro. Y otra muy buena amiga, a la que también he tenido la suerte de editar ya tres libros, ha terminado el manuscrito de su próximo trabajo —que ya he podido leer—, el más personal y tortuoso de cuantos ha escrito.
Y aún hay más… Dos buenos escritores, y también amigos, me han pedido que en breve presente sus nuevos libros, cosa que he aceptado ilusionado como si me hubieran regalado un disco inédito de José Feliciano.
Joder, se me pone el pecho como un tonel de tanto orgullo. Eso es lo maravilloso de los libros, que azuzan nuestras emociones y sacuden nuestros sentimientos.
Después de este subidón en medio de la noche literaria me gustaría hablarles de los libros que cambiaron mi vida… No me pondré pesado, esa es otra historia.
Lean, sueñen y vivan.