Anda el país al rojo vivo con la investidura de Pedro Sánchez, pero yo, pese a que deploro todo ataque a los derechos individuales -los de verdad: vida, libertad, propiedad-, me siento como reacio a incardinarme en uno de los dos bloques que intercambian insultos en las redes sociales.
No interpreten esta declaración como una cobarde equidistancia, de esas que abundan. No es eso. Dijo la gran Irene Lozano que “un amigo es aquel a quien le cuentas que has matado a una persona y te ofrece ayuda para deshacerte del cadáver”. Me temo que no seré nunca ese tipo de amigo. Para mí un amigo te acompaña a entregarte a la policía y luego te visita en la cárcel.
A mí me duele como al que más el gobierno de socialistas y comunistas apoyado por criminales sediciosos y exterroristas. Sus recetas económicas nos dirigen a la ruina. Sus propuestas sociales profundizan en la destrucción de la familia y en la gravísima crisis demográfica, ya inevitable.
La única duda es si estamos ante un simple acuerdo de poder -como decía Arcadi Espada, Sánchez presidente a cambio del tripartito en Cataluña-, o de un cambio más profundo: un cambio de régimen. Sólo les falta estrechar el control del poder judicial, y parece que algo tienen en mente. Paralelamente, permitir el voto desde los 16 años para incluir a los jóvenes convenientemente adoctrinados, y seguir trayendo inmigrantes convenientemente regados. Y a partir de ahí, dejar pasar el tiempo y que las cosas vayan cayendo por su propio peso, como en Venezuela, hasta que puedan cambiar abiertamente la Constitución.
Si esto es así, y es probable que lo sea, conscientemente o por la propia dinámica política y por los intereses personales de los protagonistas, entonces tenemos que agudizar el ingenio, porque va a haber pocas ocasiones para quitarnos de encima a los demagogos colectivistas, y si no conseguimos sacudírnoslos, seguiremos la deriva a la venezolana hacia la dictadura comunista -del siglo XXI, sí, que con las nuevas tecnologías puede ser peor que nunca.
Por tanto, va a hacer falta, en primer lugar, generosidad y sentido del deber, que yo sé que algo queda. Si conviene formar coaliciones, cosa bastante probable entre PP y Cs como poco, debe hacerse, sacrificando cuanto haga falta.
Y conviene evitar excesos. Si yo he visto sobreactuación, es evidente que muchos votantes moderados habrán quedado espantados. Sí, hay que darle a la investidura la importancia que sin duda tiene, pero también es preciso cuidar las palabras y los gestos, descartando por ejemplo un lenguaje bélico poco afortunado.
Porque son expertos en aprovechar cualquier desliz para hacer quedar mal al adversario, y cuentan con todas las televisiones. Acabo de ver tuits de Pablo Iglesias e Irene Montero afeando la mala educación de la derecha. Sí, ¡ellos, los de los escraches! Ya lo sé, pero son maestros de la manipulación. Como Pedro Sánchez. Su argumentario no ha tenido ningún nivel, pero ha sabido zafarse respondiendo lo que le daba la gana, dónde vas, manzanas traigo, y dejando frases muy efectivas para los medios. Y como los controlan, cada vez les da más igual qué decir, que ya seleccionarán algún fragmento bueno, y al contrario, da igual lo que digan los contrarios, que como den un solo traspiés, eso será lo que se difunda.
Como me decía el otro día un amigo, hay que reconocer que la izquierda es muy profesional. En el manejo de la comunicación, de los fondos y subvenciones, en la creación y ocupación de instituciones y redes clientelares. “Los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz.” Por tanto, seamos también astutos y no caigamos en sus trampas y provocaciones. Denunciemos con firmeza, pero con calma y rigor, cada atropello. Y evitemos contribuir a propagar el odio, aunque ellos lo hagan y encima nos culpen por defendernos. Empecemos por no odiarles, que bastante tienen con lo suyo. ¡Si no saben lo que hacen! Odiemos las malas obras, pero no a las personas, que pueden cambiar. Recordemos que muchos de los paladines de la derecha son excomunistas que tuvieron la inteligencia para reconocer el mal y la honestidad para salir corriendo.