Ella le dejó a él poco antes de la puesta de largo. Ella le había comentado que no se sentía a gusto con el trato recibido. De él partían críticas e insultos por el mero hecho de ser lo que ella era. Ella le avisó de que quería romper con esa incómoda situación pero él no se sentó a escucharla e intentar persuadirla para que se quedara. Sus amigas y familiares le mostraron a ella su apoyo de manera pública. Ante la inacción de él, ella ahora se va con otro. Él promete venganza y lanzarle los perros ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?, pensó él.
De primeras, él le pide a ella que le devuelva todo lo que le dio durante su largo idilio. Hasta el anillo de pedida. Y que luego se atenga a las consecuencias.
Te perseguiré allí donde vayas, brama él. Te arrepentirás de haberte ido. Yo te hubiera querido hasta el fin. Sé que te arrepentirás.
Los externos, familiares y amigos, aplauden la decisión que tomó ella y le apoyan firmemente en desligarse de su opresor.
No me digan que este relato no tiene tintes de machismo trasnochado y de violencia psicológica de él hacia ella. Cualquier juez le acusaría de violencia de género por maltrato psicológico.
Con esta introducción dramática no estoy ilustrando una situación vivida en primera persona ni un episodio de Sálvame Deluxe. Eso mismo es lo que ha ocurrido con el Gobierno (él) y la empresa Ferrovial (ella). Créanme, no exagero cuando digo que el gobierno ha mostrado hacia la compañía un acoso desmesurado desde que dijo que se iba.
El pasado jueves, un 93% de los accionistas de Ferrovial ratificaron la decisión de sus directivos. Estaba cantado. Desde que se anunció, su cotización en Bolsa ha subido un 5%.
Y es que no puede salir gratis insultar a los empresarios en este país. Y menos, hacerlo reiteradamente y sometiéndoles al escarnio público, con los medios dando pábulo y acrecentando la humillación de quien está generando riqueza y empleo en este país.
Recordemos que para una parte de este gobierno, los empresarios son "despiadados capitalistas" o "avariciosos explotadores" (sic) por el mero hecho de ser dirigentes de empresas que ganan dinero. Que se lo digan a Juan Roig de Mercadona o a Amancio Ortega de Inditex, blancos de ataques de miembros de este gobierno. Pero no de miembros de segunda o tercera fila, sino de ministros y ministras.
Y humillan de manera consciente. Para nada es improvisado o fruto de los nervios del directo. Recordemos cuando se le pidió explicaciones a la ministra de Derechos Sociales, tras llamar "capitalista despiadado" a Juan Roig, presidente de Mercadona y se reafirmó con aquella patética respuesta de "decirle capitalista despiadado a Roig no es un insulto, sino una descripción". La descripción es una explicación en el que alguien relata como ve una cosa, una persona o un lugar. Es algo subjetivo y no se sustenta que una ministra describa a un empresario como despiadado porque sus productos se vendan más caros.
Si la ministra supiera algo de economía (ni su formación ni su experiencia se acercan ni por asomo a la materia) sabría que los precios suben por culpa de los gobiernos y bancos centrales y la emisión desmesurada de moneda que deteriora su valor. Mercadona es un mero intermediario y también ha visto encarecidos las materias primas y los suministros. Como miembro del gobierno, ella tiene más culpa de la subida de precios que Juan Roig.
No les extrañe que, si sigue este gobierno o si no cambia de actitud, Mercadona siga los pasos de Ferrovial.
El hartazgo entre los empresarios es evidente. Este gobierno debe dejar de demonizar a los empresarios de este país, afirma Antonio Garamendi, presidente de la CEOE.
Y es que, a pesar de que Ferrovial avisó al gobierno de sus intenciones, en cuanto tuvo noticias, éste le lanzó los perros y atacó por tierra, mar y aire. Ferrovial había ganado concursos públicos en España y no podía irse, argumentaban. Y eso, a pesar de que aproximadamente el 90% de su volumen de negocio proviene de fuera de España.
Si se va, debería devolver hasta el último euro recibido, han llegado a decir. La cuestión es ver si Ferrovial le reclamará las carreteras, puentes o aeropuertos construidos.
Ahora que vienen elecciones, la afrenta de Ferrovial es un mazazo para la credibilidad de este gobierno.
Lo cierto es que el atractivo de España para las grandes empresas es, cada vez, más bajo. Somos un país con gran burocracia, elevada presión fiscal y en el que sentimos envidia de los que ganan dinero, aunque sea de manera lícita y generando riqueza.
Sin embargo, los holandeses son más curros y atractivos para nuestras y otras empresas. A Amsterdam se traslada la sede fiscal de Ferrovial. Allí también se fueron empresas como Fiat (Italia), Sony (Japón) Ikea (Suecia), Airbus (Francia). Y eso que Países Bajos se encuentra por debajo de España en el índice Doing Busines que mide la facilidad para hacer negocios. Pero se ha especializado en facilitar la cotización de sus empresas en la Bolsa de Nueva York, en ser un país con mejor calificación crediticia y en tener convenios de doble imposición más benevolentes.
Si el gobierno permanece o, de hacerlo, no cambia de actitud, tras Ferrovial pueden irse muchas otras que han sido vilipendiadas porque en ningún momento ha mostrado humildad para ver en qué ha fallado y cómo evitar que eso vuelva a pasar. La falta de autocrítica ha sido una constante para este gobierno. No les extrañe que culpe de lo de Ferrovial a Putin o al cambio climático.
No se arrepiente. Volvería a hacerlo. Son los celos.