Está demostrado. La vida le enseña a uno que es inútil y muy arriesgado exhibir o presumir ante los demás de una supuesta ejemplaridad. Al final, se cumple aquello de que “no hay nada escondido que no se haga manifiesto, ni nada secreto que no sea conocido ni llegue a manifiesto” (Lc 8, 17). La sabiduría popular así lo recomendaba en dichos como éste: “Al que escupe hacia arriba, le cae en la cara”. Lo cual es, sin duda, especialmente aplicable en la vida política.
El sanchismo ganó la moción de censura y accedió al gobierno porque Rajoy no tuvo ‘la decencia política’ de demitir ante la corrupción de su partido (Ábalos ‘dixit’). Prometió ejemplaridad y regeneración moral y democrática. Exhibió por doquier que con él no habría nunca corrupción. Esto iba a ser el paraíso. Pues bien, toda España contempla, ahora mismo, su cara ensuciada y manchada. Supuestamente ha protagonizado “el caso de corrupción más repugnante de la historia, por encima incluso del de los ERE: éste se tramó con el dinero de los parados, lo que parecía insuperable hasta que hemos descubierto otro peor, a costa de los cadáveres apilados en las morgues colapsadas de virus y lágrimas” (Antonio Naranjo). ¡Oh contradicción de contradicciones!
Estamos, a decir verdad, hartos de padecer la supuesta superioridad moral de la izquierda y la falsa e hipocritona ejemplaridad del sanchismo en su conjunto. No merecemos la arrogancia y prepotencia de un líder nacional como Sánchez al igual que, en Baleares, tampoco somos acreedores a un trato como el que nos dispensó la sectaria y supremacista Armengol. Al final la realidad acaba por salir a la luz. El sanchismo, que tanto mal viene haciendo al sistema democrático español y a la convivencia civil, presuntamente, “también ha sido y es corrupción del tipo convencional: llevárselo crudo” (Ibidem). Aunque presuman de lo contrario, aunque siempre la ven en el adversario político, aunque tiren balones fuera, se sabe, sin embargo, que, ni en el pasado ni en la actualidad, la ejemplaridad ha acompañado siempre a sus siglas, menos aún en tiempos del sanchismo, ni tampoco al castigo aleccionador. Lo de la higiene democrática sólo le suena para exigírselo al vecino. El resto es pura manipulación y propaganda.
La presunta corrupción (llevárselo crudo) puede, por fin, devorar el edificio sanchista, levantado a nuestra costa, pero al servicio de su falsa ejemplaridad. El incendio se está propagando de modo incontrolado. Ya parecen, supuestamente, implicados tres Ministerios (Transportes, Sanidad e Interior), los Gobiernos de Canarias y Baleares, entonces presididos por socialistas. Y, lo que te rondaré morena. ¿Hasta dónde se extenderá su efecto devorador? ¿Llegará al propio Presidente del gobierno? ¿Dónde situarán un cortafuegos eficaz? ¿Se atreverá alguien a tirar de la manta? ¿Primará el ‘odio’ interno que siempre aletea en estos caos?
Cuenta Ana Martín, que el sábado pasado en la sexta (¡qué casualidad!), Ábalos soltó esta andanada: “Quienes presionan para que dimita llevan a sus espaldas hechos más graves”. Es decir, que, si le creemos, y hay razones sólidas para ello, todavía parece haber mucha más mierda oculta en otras áreas de la Administración sanchista. Estas cosas se sabe cómo se inician pero nunca cómo acaban. Tiempo al tiempo. Podemos estar ante un caso espectacular. Hay tela, no lo duden, para cortar.
Como era de esperar, Sánchez ha vuelto a hablar (escupir hacia arriba) desde su supuesta superioridad moral, como si se tratara de un gran maestro de la política: “Quiero reafirmarme en que esa lucha contra la corrupción ha de ser implacable, venga de donde venga y caiga quien caiga”. ¡Qué cosas dice, madre mía! Como si no le conociéramos. Su ejemplaridad, acreditada cada día de gobierno, se mide por la falta absoluta de ella.
Aquí puede radicar la madre del cordero. Todo este inmenso gatuperio puede, presuntamente, culminar en el propio Sánchez, por acción u omisión. ¿Por qué, sin explicación alguna, cesó, en 2021, al ministro Ábalos, su mano derecha, su hombre de confianza y su gran apoyo en todo el camino recorrido hasta entonces ? ¿Por qué Sánchez tiene ahora tanta prisa en dar carpetazo al tema y que sea Ábalos quien se preste a facilitarlo? ¿Qué es lo que teme? Quizás acierte el PP cuando afirma que “Sánchez era perfectamente consciente de toda la corrupción que estaba detrás y, por tanto, la ha tapado, la ha ocultado”.
Creo, personalmente, que el sanchismo ha perdido los papeles, que está demasiado nervioso, que, en su entorno, se oyen demasiados ruidos y estridencias, que se empeña en demostrar su desconcierto, que se revuelve furioso ante la insumisión de Ábalos, que ha detectado el peligro. No me extraña. La gestión del escándalo no parece que esté siendo modélica. Necesitan dosis altas de tila y no olvidar que no hay mal que cien años dure.
Por mi talante y mi lucha en la vida frente a poderes institucionales de corte absolutista, veo con simpatía el gesto de Ábalos: insumisión. ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué tiene que ceder su acta de diputado si no ha sido acusado de nada? Tiene todo el derecho a defender su honor e inocencia. ¿Qué se teme y por qué? Tiempo al tiempo. De momento, lo que aparece ante el pueblo es su cara ensuciada y manchada.