El espectáculo de las negociaciones para el reparto de los principales cargos de la Unión Europea, por parte de los jefes de gobierno de los países miembros ha sido lastimoso y revelador de hasta que punto los estados retienen todo el poder decisorio y las instituciones propias de la UE están por completo sometidas a sus mandatos.
Especialmente penoso ha sido el caso de la elección de la nueva presidenta de la Comisión Europea, el cargo teóricamente más importante de todos los que se decidían. Penoso por el enfrentamiento entre los gobiernos que representaban a las principales familias ideológicas en el poder, por el tristísimo papel de subordinación absoluta del Parlamento Europeo y por la estafa perpetrada por todos ellos contra los electores.
El parlamento europeo había aprobado una resolución en febrero, en la que manifestaba que rechazaría a cualquier candidato a presidente de la comisión, que no hubiera sido previamente designado como cabeza de lista por su familia ideológica. A tal fin, los distintos grupos ideológicos designaron a sus “cabeza de lista” de los que, de acuerdo con dicha resolución, debía salir el nuevo presidente de la comisión, que, en principio, sería aquel cuyo grupo hubiera conseguido un mayor número de escaños en la eurocámara. Y así se hizo saber a todos los ciudadanos europeos, de modo que, cuando fuimos a votar, todos sabíamos a quien votábamos para el cargo principal de la UE.
El resultado de las elecciones, con una bajada significativa del Partido Popular Europeo, que a pesar de todo sigue siendo el grupo con más diputados, una bajada menor de los socialistas y una subida del grupo liberal, socialistas y liberales, liderados por el presidente francés Macron y el español Sánchez, pretendieron cambiar la inercia habitual y conseguir la presidencia para un socialista, el holandés Timmermans, su “cabeza de lista”, siguiendo una línea de pensamiento de sistema de representación indirecta, como en España, que es en realidad más lógica en el marco europeo, puesto que los ciudadanos votamos listas de diputados y es el parlamento el que elige al presidente de la comisión, pero que va en contra de las reglas del juego que se habían establecido y con las que participamos en los comicios.
Asistimos entonces al lamentable espectáculo de las reuniones maratonianas entre los jefes de gobierno, en las que los populares vetaron a Timmermans y los socialistas y liberales al candidato popular, el alemán Manfred Weber y se llegó a un punto de bloqueo, en una negociación hurtada al parlamento y a los parlamentarios, que es donde y quienes debían haber elegido al presidente en una sesión de investidura. Mayor demostración de subordinación no cabe.
Finalmente, los negociadores Macron y Sánchez, acabaron cediendo la presidencia de la comisión a los populares, pero no a su cabeza de lista, sino a la ministra de defensa de Alemania, Úrsula von der Leyen, otra bofetada al parlamento, que ha tenido que tragarse su resolución y votar a una candidata que no era “cabeza de lista”, y otra burla a los ciudadanos, especialmente a los que votaron a las listas de los populares europeos, ya que se encontraron que, pese a ser el grupo más numeroso y a conseguir la presidencia de la comisión, esta finalmente no fue para el cabeza de lista designado, Manfred Weber, sino para una sustituta transaccionada en los despachos.
En los equilibrios entre familias políticas y países para el reparto final de cargos, sin participación del Reino Unido, ya más fuera que dentro, el verdadero triunfador ha sido Macron, ya que la presidencia del Consejo de Europa ha recaído en un liberal, el belga Charles Michel y la presidencia del Banco Central Europeo en Christine Lagarde, que, aunque conservadora, es francesa. Pedro Sánchez ha conseguido para los socialistas el cargo de alto representante para la política exterior, para el español Josep Borrell, nuestro actual ministro de asuntos exteriores, cargo que tiene mucho nombre y poca enjundia, puesto que los estados miembros no han cedido la política exterior y también la presidencia del parlamento la primera mitad de la legislatura, para el italiano David-Maria Sassoli, premio menor para Italia, relegada por la política beligerante contra las instituciones europeas, más en la forma que en el fondo, de su actual gobierno populista.
Premios menores para los socialistas los que ha obtenido Pedro Sánchez, aunque él personalmente ha conseguido librarse del problema Borrell dándole una patada hacia arriba y enviando al bombero pirómano a la jefatura de la diplomacia de la UE. Ya veremos como se desarrollan los acontecimientos cuando Borrell empiece a provocar sus habituales incendios allá por donde pasa.
Al final, todo el proceso lamentable y la UE cada vez más desprestigiada y más alejada de los ciudadanos. Lastimoso.