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Las reglas

Por José Manuel Barquero
domingo 22 de mayo de 2022, 04:00h

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Escribo a menudo esta columna dominical los sábados. Hace años me encontraba una de esas mañanas sentado en la misma silla que ahora ocupo, frente a la misma mesa. No era demasiado temprano pero mi hija aún dormía en la habitación contigua. No la oí levantarse. Empujó suavemente la puerta de mi despacho y la vi aparecer con los ojos acuosos y una expresión que mezclaba desconcierto y resignación. Tardé unos segundos en entender. Se sentó en mi regazo, me abrazó y aquel fue uno de los instantes más tiernos que hemos compartido en sus 22 años de vida. Ha tenido algún dolor, pero jamás desde ese día la he vuelto a sentir frágil por culpa de una regla. Molesta alguna vez, cabreada también, pero nunca víctima por un hecho fisiológico que no deben soportar los hombres.

Cuando escucho a Irene Montero decir que “hay que acabar con el estigma, la vergüenza y el silencio en torno a la regla” de inmediato se me agolpan las preguntas: ¿pero esta mujer en qué mundo vive? ¿con qué cromañones ha tenido la desgracia de relacionarse? En el debate sobre las bajas laborales por menstruación dolorosa subyace una ignorancia supina sobre la realidad de millones de mujeres que han trabajado y trabajan un poco más que nuestra ministra Montero. Esta desconocimiento de la vida más allá de la moqueta oficial se puede entender por su exigua experiencia profesional fuera de la política. Lo que resulta imperdonable en una chica con carrera universitaria y máster es comportarse como una analfabeta funcional que confunde el pudor con la mancha, que eso es lo que significa estigma.

Así a bote pronto diría que todas las mujeres con las que he tenido confianza en un momento dado me han hablado de sus reglas. Sin duda no fue el día que nos conocimos. Lo recordaría porque me hubiera resultado extraño. Tan extraño como si, cumplidos mis cincuenta, recién presentados ellas me preguntaran a mí cuántas veces me levanto por la noche a orinar, para así extraer conclusiones sobre el estado de mi próstata. Ni avergonzado, ni ofendido, ni humillado. Solo sorprendido por una cuestión de decoro.

Cuanto más comento el asunto con mujeres a las que admiro más lejano e ininteligible se me presenta el planeta que habita Montero y su banda. Claro que queda algún ejemplar macho haciendo preguntas durante un proceso de selección personal sobre las intenciones de una mujer fértil de quedarse embarazada. A estos primates, afortunadamente en vías de extinción, Irene Montero les brinda una nueva idea-excusa para discriminar por razón de sexo: ¿y tú que tal llevas las reglas?

Para el feminismo de la tarta una mujer valiente debe ser la que entra en la oficina diciendo que tiene la berza, así que pocas bromas con ella. El deseo de privacidad y el paracetamol de toda la vida pasan a ser síntomas de debilidad y aceptación del estigma. ¿Pero qué jefes o jefas han tenido éstas, a parte de Pablo Iglesias? ¿Qué cafres las contrataron? ¿Dónde está esa chusma heteropatriarcal que obliga a trabajar a una mujer doblada por un dolor de ovarios insoportable? Tanto viaje de mochilera les lleva a confundir la Unión Europea con Bangladesh.

Hay reglas que proteger más importantes que la menstruación, por ejemplo la autoridad de los progenitores respecto a los hijos menores de edad. Nos alucina asistir al comportamiento salvaje de algunos adolescentes por la inacción de sus familias. Pero ahora le vamos a seguir pidiendo a los padres que eviten que su hija de 16 años se ponga ciega cada sábado cuando puede abortar sin decirles palabra. Que le recriminen las malas notas o el décimo piercing -una autolesión- cuando viene de hacerse un legrado por su cuenta.

Existe una izquierda inútil e insensata que considera el diálogo y la comunicación en el seno familiar incompatible con el mínimo de autoridad que cualquier organización precisa para sobrevivir. Una familia no es comuna, por eso necesita una jerarquía básica, no tan severa como la del partido en que milita la ministra de Igualdad, pero jerarquía a fin de cuentas. Los gemelos de Iglesias y Montero podrán autodeterminar su género, pero está por ver la reacción de sus padres si en plena revolución hormonal decidieran ducharse cada quince días, inflarse a porros cada noche en el salón o mear en la piscina de la dacha de Galapagar. Sobre todo en el último caso, Pablo e Irene tendrían derecho como mínimo a saberlo.

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