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Las joyas (casi) ocultas en La Porciúncula
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(Foto: J. Fernández Ortega)

Las joyas (casi) ocultas en La Porciúncula

Por Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 04 de mayo de 2024, 20:49h

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Los residentes de S'Arenal y de otras barriadas de Palma conocen perfectamente la existencia del convento y del colegio de La Porciúncula. Ambos espacios son gestionados desde su creación por los franciscanos de la Tercera Orden Regular (TOR), al igual que el Museu Arqueològic, Etnològic i Numismàtic y la iglesia de la Virgen de los Ángeles, que se encuentran también en la misma finca. Pese a ello, bien podría decirse que ambas joyas culturales son todavía bastante desconocidas para muchos mallorquines.

El actual responsable del Museu Arqueològic, Etnològic i Numismàtic de La Porciúncula, el padre Salvador Cabot Rosselló, había aceptado hace unas semanas muy gustosamente la propuesta de mallorcadiario.com de acompañarnos en nuestra primera visita a dicho museo y a la iglesia de la Virgen de los Ángeles, una visita que finalmente realizamos en una hermosa jornada primaveral.

En la fecha acordada, llegamos a primera hora de la mañana a la finca de La Porciúncula, unos paradisíacos terrenos de algo más de 23 hectáreas. Dichos terrenos fueron adquiridos en 1914 por los franciscanos de la Tercera Orden Regular (TOR) por la "módica" cantidad de 13.200 pesetas —que serían 79,33 euros en la actualidad—. Estos frailes constituyen, como es bien sabido, una de las ramas de la venerable orden franciscana, nacida hace ocho siglos en Italia de la mano de San Francisco de Asís.

En el camino de entrada a La Porciúncula, vemos en esta soleada mañana de finales de abril a numerosos turistas, la mayoría de ellos nacionales. Presumiblemente, forman parte de alguno de los viajes del Imserso programados para este año para Mallorca. Ya en la antesala del museo, se informa a estos turistas de que la entrada cuesta seis euros, aunque si son pensionistas sólo deberán abonar cuatro euros. Al parecer, casi todos ellos lo son.

Nuestro cicerone —el padre Salvador— tiene 89 años de edad y desde hace un tiempo se desplaza con la ayuda de un bastón, pero nos acompaña a lo largo de todo el recorrido sin un solo gesto de cansancio, explicándonos muy pormenorizadamente la historia de este museo y, al mismo tiempo, detallando las características de los distintos objetos de que consta.

Al inicio de nuestra charla, recuerda que él llegó a La Porciúncula con apenas diez años y que posteriormente fue profesor de Religión, Gramática, Latín o Trabajos Manuales. "Me había doctorado en Filosofía en Viena, en las especialidades de Pedagogía y de Antropología Biológica", destaca.

INTRAHISTORIA DEL MUSEO

Este museo fue creado a mediados de los años sesenta por el padre Joan Llabrés Ramis (1919-1994). En un principio, esta instalación constaba sólo de tres salas, que albergaban diverso material arqueológico, etnográfico y numismático, colocado mayoritariamente en diversas vitrinas de cristal, así como también en el suelo. Cinco décadas después, en concreto en 2018, el padre Salvador recibió el encargo de reestructurar todo el museo y de incorporar nuevos elementos al mismo.

Los excelentes resultados de ese trabajo pueden verse desde el momento mismo en que uno cruza hoy la puerta de entrada al museo. En la primera estancia, rotulada con el epígrafe 'De la vida rural al turismo', aparecen distintos utensilios agrícolas antiguos, incluidos algunos que quizás llegaron a utilizar nuestros propios tatarabuelos. Justo a continuación, en los pasillos que conducen a las tres salas originarias del museo, hay situados otros objetos antiguos, básicamente de uso cotidiano.

Entre esos objetos se encuentran una prensa en madera para vino, máquinas de coser, una bicicleta hecha a mano, una máquina para hacer fideos o lámparas de aceite. Estos objetos y otros más están situados de manera sucesiva junto a unos muy completos paneles informativos, bajo los epígrafes de 'Nacimiento del turismo', 'Primeros pasos del turismo, 1900-1960' y 'Boom del turismo, 1960-2000'. Al final de los pasillos de acceso a lo que era el museo primigenio se hallan las tres salas originarias ya mencionadas.

La primera sala está conformada, básicamente, por material arqueológico. En una de sus vitrinas, hay piezas procedentes de la necrópolis palmesana de Ca Na Vidriera, que fue excavada por el padre Llabrés y cuya antigüedad se remonta al año 1800 antes de Cristo aproximadamente. En esa misma sala pueden verse también objetos de la necrópolis de Son Sant Martí, en Muro, incluidas algunas urnas funerarias romanas que contienen restos humanos incinerados.

Cabe destacar también otras piezas de gran valor, como una vasija griega, una cabeza jibarizada auténtica —que impresiona de verdad—, una abundante colección de ánforas romanas, un hueso frontal infantil trepanado o un casco de bronce de las llamadas Guerras Púnicas, que fueron una serie de conflictos armados que entre los años 264 a. C. y 146 a. C. enfrentaron a Roma y a Cartago.

UN VIAJE AL PASADO

Por lo que respecta a la segunda sala, centrada en el material etnológico, está integrada sobre todo por objetos de cerámica, como platos y azulejos. Además, en dicha sala hay también juguetes, relojes, pesas y medidas, espadas o máquinas de escribir. En cuanto a la tercera sala, está esencialmente dedicada a la numismática, con la presencia de billetes y monedas de todo el mundo. Ahí están también, por supuesto, nuestras entrañables pesetas, tan añoradas hoy, en estos convulsos tiempos de euros y de criptomonedas.

Mientras nos encontramos en esa tercera sala, un turista español se acerca al padre Salvador para felicitarle. "Tienen un museo muy completo, con verdaderas preciosidades", le comenta, y añade: "Recomendaría a todo el mundo que visitara este lugar, porque además te trae muchos recuerdos". En ese sentido, dicho turista cita las planchas de carbón o los aperos de labranza antiguos, que conoció de niño.

Una vez recorridas ya las tres salas, el museo aún depara al visitante unas cuantas sorpresas en su tramo final, en concreto, en el largo corredor lateral que permite acceder luego directamente a la iglesia de La Porciúncula sin que uno tenga que salir previamente al exterior.

En el citado corredor hay una serie de pinturas al óleo de Peris Carbonell, así como también varias vitrinas con vestimentas litúrgicas, reliquias, objetos de piedad popular, una copia de la Biblia de Gustavo Doré o un capote que perteneció al torero Manolete. Junto a esas vitrinas podemos ver, además, dos pequeñas campanas, la de la primera iglesia de La Porciúncula y la que tuvo originariamente el actual colegio concertado del mismo nombre.

Es precisamente en ese corredor en donde el padre Salvador recibe nuevas felicitaciones. "Este museo es una maravilla", afirma una turista también española, mientras otra le pide información sobre algunos de los objetos ubicados en esas últimas vitrinas. Poco después, un matrimonio germano expresa igualmente su satisfacción por todo lo que ha podido ver, según nos confirma al cabo de unos instantes nuestro guía y mentor, que habla muy bien el alemán.

LA IGLESIA DE CRISTAL

El propio padre Salvador nos conduce a continuación al interior de la bellísima iglesia de La Porciúncula. Su denominación oficial es la de iglesia de la Virgen de los Ángeles, si bien es conocida popularmente como 'la iglesia de cristal', debido a que cuenta con vitrales en todas sus paredes. "Los vitrales del coro representan el Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís, mientras que los vitrales de un lateral reflejan la vida de Jesucristo y los vitrales del otro lateral muestran la glorificación del santo italiano", explica nuestro interlocutor.

El autor de todo el proyecto fue el reconocido arquitecto mallorquín Josep Ferragut Pou, a quien debemos asimismo otras obras emblemáticas, como el edificio de oficinas de GESA o el Col·legi de Sant Francesc de Palma, así como también la reforma urbana que dio lugar a la avenida de Jaume III, realizada esta última junto con el arquitecto Gabriel Alomar Esteve.

Ferragut Pou moriría de forma trágica —fue asesinado— en febrero de 1968, en un suceso que todavía hoy sigue sin haber sido resuelto del todo. La consagración de la iglesia de La Porciúncula tuvo lugar unos pocos meses después, el 6 de octubre de aquel mismo año, en un acto que por ello mismo significó, de algún modo, un sentido y póstumo homenaje a esta figura señera de la arquitectura española. Así es valorado también Ferragut Pou por el padre Salvador, quien esta mañana nos detalla con admiración y de manera clara y precisa los muchos méritos que atesora este icónico templo religioso.

Una vez concluida también nuestra visita a la iglesia, nuestro amabilísimo cicerone nos acompaña todavía durante un rato más. Poco antes de despedirnos, tiene otro hermoso detalle con nosotros, pues nos regala el primer volumen de Els nostres arts i oficis d'antany, escrito por Joan Llabrés Ramis y por Jordi Vallespir Soler. "Por favor, vuelvan cuando quieran; avísenme antes de venir y yo les volveré a guiar", nos dice con su sincera e indeclinable amabilidad.

De regreso a la redacción del diario, entendemos ahora mucho mejor el sentido último del tradicional saludo franciscano, "pax et bonum" —"paz y bien"—, que muy posiblemente derive de la profunda y bella idea de San Francisco de Asís de que la paz que proclamamos, debemos tenerla siempre desbordante en nuestros corazones, de tal manera que por nuestra paz invitemos a todos a la concordia y a la benignidad. Así sea.

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