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Las cosas por su nombre

Por Javier Matesanz
jueves 10 de octubre de 2013, 09:19h

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Dos más dos son cuatro. Y eso es así con independencia del color de la calculadora. Las cosas son como son, y ahora mismo, según avala el Tribunal Constitucional, si no hablas castellano no puedes trabajar en la administración pública balear. No puedes ser funcionario. Pero si no hablas catalán, sí puedes. Esto es así, y punto. Bueno, los hay que ahora dirían que de catalán nada, que mallorquín, menorquín, ibicenco y hasta formenterense. Pero a ellos no quiero meterlos en esto, porque bastante tendrán con lo suyo, intentando argumentar sus teorías lingüísticas por las cuales, supongo yo, deberán diferenciar el castellano del extremeño, del cántabro o del gaditano, por poner algunos ejemplos. Un follón, ya digo, así que cada uno a lo suyo que tienen un trabajazo. Igual que nosotros para entender esto del castellano y el catalán, que según la Constitución son dos de las cuatro lenguas oficiales en España (hasta aquí todos de acuerdo, supongo), y las dos que tenemos en nuestra Comunidad Autónoma. Las dos. Por igual. O al menos eso es lo que significa “lenguas cooficiales”, que es como las considera l’Estatut. Pero resulta que una es un requisito y la otra un mérito. Y tal vez lo sea por demérito, por haber tenido la osadía –sus defensores, se entiende, y no la lengua, pobrecita- de haberse puesto muy pesada e incluso amenazante. Hasta el punto de hacer peligrar el castellano con sus más de 450 millones de hablantes (dato sacado de la Wikipedia, tal vez inexacto), que al parecer veía tambalearse su primacía por la vía de la imposición del catalán. Pero vamos a ver, porque esto es una risa. Ideologías, fanatismos, intransigencias y memeces varias a parte, hay cosas que caen por su propio peso, y que no admiten muchas interpretaciones. Al menos razonables. Y esta está muy clara: si dos lenguas son cooficiales deberían ser tratadas por igual, en idénticas condiciones y con las mismas funciones. De modo que si una es un requisito y la otra no, no son cooficiales. Y por lo menos, si esa es la idea y la intención, deberían atreverse a decirlo. Al menos eso. Porque de lo contrario, si no es eso lo que quieren, si no es relegar el catalán a reducto folclórico lo que pretenden, entonces está claro que para equilibrar ambos idiomas, para enmendar tan evidente agravio lingüístico, lo único que puede hacerse es potenciar al chico para que alcance al grande. Una obviedad, ya lo sé, pero que parece no estar clara para mucha gente. Y desde luego no me parece para nada tendenciosa ni partidista, sino simplemente lógica. Para que el catalán sea igual que el castellano hay que impulsar el catalán – en ningún caso en detrimento del castellano-, para que tenga su misma presencia. O sea, que también sea un requisito. Y eso no es imponer, sino exigir. Dos términos, por cierto, aplicables a ambos idiomas por igual, y que tienen significaciones muy distintas. Ahí va un ejemplo, por si les da pereza echar mano del diccionario: nadie impone a nadie sacarse el carné de conducir, pero si quiere usted conducir se lo van a exigir. Ergo, nadie le impondrá el catalán para trabajar en la función pública, pero se lo deberían exigir, como el castellano, si quiere optar a una plaza. ¿Por qué el castellano se exige, verdad, no se trata de una imposición? Lo digo porque mucho me temo que si un residente en la isla solo habla inglés o alemán puede olvidarse de ser funcionario. Y no por desconocer el catalán, precisamente. Creo que las cosas hay que decirlas por su nombre. Son lo que son, y cada uno es muy libre de defender lo que quiera. Lo que no entiendo es porqué defenderlas con tan rotunda convicción –y legitimidad electoral, además- y, en cambio, no reconocer por su nombre lo que se está haciendo. Es raro, como mínimo raro. Posdata: soy ibicenco, educado en castellano –el idioma vehicular en casa de mis padres-, y amo profundamente la lengua castellana, que no tengo intención de descuidar ni arrinconar jamás. Aunque no por ello menospreciaré ni abandonaré nunca la nuestra. La que nos enseñaron “els nostres padrins” o nuestros profesores, y que es y será siempre el catalán. Tenemos la inmensa suerte de ser bilingües, y eso significa tener dos lenguas propias, no una y media. Y no disfrutarlo y aprovecharlo dice muy poco de nosotros como pueblo. Del mismo modo que si un día alcanzamos el tan anhelado trilingüismo, y va y resulta que no significa tres, sino dos lenguas y media.
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