Las cosas mejores

Cada mañana, al despertar, un nuevo día y un nuevo mundo se abren nuevamente ante nosotros, y nos ofrecen la posibilidad de poder hacer muchas cosas, o, al menos, las que nosotros consideremos como imprescindibles, o deseables, o posibles, o necesarias.

En todos esos supuestos, el simple hecho de que podamos hacer uso de nuestra voluntad individual suele ser suficiente para que las cosas vayan sucediendo o pasando, sea en un sentido o en otro, algo que no siempre solemos valorar como seguramente debiéramos.

De hecho, casi nunca solemos ser realmente conscientes del inmenso valor de nuestra propia autonomía personal, de no tener que depender de nadie para hacer cosas tan sencillas como levantarnos, ducharnos, vestirnos, prepararnos el desayuno o comunicarnos con los demás a través de las palabras.

No solemos dar tampoco la debida importancia a poder salir de casa por nuestro propio pie, sin ningún tipo de ayuda, para pasear o para comprar, para ir al trabajo o para dirigirnos a un café o al cine, en donde quizás hayamos quedado con una persona amiga.

Del mismo modo, no solemos valorar tampoco casi nunca como debiéramos todas las cosas buenas que nos pasan cada día en la vida o a las personas que sabemos que son buenas personas y que están a nuestro lado.

Normalmente, sólo solemos valorar lo que de verdad vale la pena en nuestras vidas cuando lo hemos perdido de forma ya irremediable o cuando sabemos o intuimos que posiblemente ya nunca volverá.

Si la fortuna o la suerte nos acompañan, o si nuestro ángel de la guarda nos protege sin descanso las veinticuatro horas del día, podemos llegar a mantener nuestra propia autonomía personal y a valernos por nosotros mismos durante muchos años, en ocasiones incluso a lo largo de toda nuestra vida.

Pero si ello no es posible por alguna circunstancia, un estado moderno es el que nos puede ofrecer entonces su apoyo, que en España se traduce en este caso concreto en la llamada Ley de Dependencia, y que en otros casos se hace efectivo a través de diversas ayudas y prestaciones sociales.

A menudo, pienso que en nuestro país los medios de comunicación y los dirigentes políticos deberíamos de considerar como una prioridad esencial hablar y debatir más acerca de cómo podríamos mejorar las ayudas sociales a todos los niveles, en lugar de hacerlo sólo cuando se acercan unas elecciones.

Las ayudas sociales son siempre esenciales y valiosas en cualquier país, en cualquier sociedad, pero quizás mucho más ahora, porque son el complemento necesario para poder seguir disfrutando de todas esas cosas que hacen realmente plenas nuestras vidas, que son las cosas mejores, las que casi nunca solemos valorar.