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Las calles mojadas

Por Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 04 de mayo de 2024, 11:07h

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En muchas películas policíacas clásicas de los años cuarenta y cincuenta la acción solía transcurrir, al menos en parte, en escenarios urbanos nocturnos en donde la presencia de la lluvia o de las calles mojadas se acababa convirtiendo en un elemento más del relato o de la historia que se nos estaba contando.

Ese elemento concreto contribuía a darle a dichas películas ese tono entre sombrío y melancólico que buscaban grandes directores como Edgar G. Ulmer, Nicholas Ray, Howard Hawks, John Huston o Fritz Lang cuando rodaron determinadas obras encuadradas en el «cine negro».

La lluvia y las calles mojadas solían acompañar la tristeza o la soledad de los personajes protagonistas de esos filmes, normalmente agentes de policía íntegros o detectives privados honestos, que solían moverse casi siempre en un entorno más bien algo hostil, ya fuera el de los bajos fondos, el de las altas esferas sociales y políticas o el de los propios compañeros de profesión.

Esos tres ámbitos en apariencia tan distintos solían contar, a ciertos niveles y en determinados casos, con una corrupción prácticamente institucionalizada, una absoluta falta de escrúpulos de cualquier tipo y una permanente estrategia de simulación, poco más o menos como sigue ocurriendo también hoy en día.

Tal vez por ello, en algún momento de nuestras vidas todos —o casi todos— hemos querido ser como aquellos policías íntegros o como aquellos detectives honestos que descubrimos en las películas de nuestra infancia.

Unos y otros eran, en cierta forma, como una especie de isla, una isla desconocida y misteriosa a la que no dejaban que se acercase nadie, salvo, quizás, algún familiar cercano, algún amigo o algún compañero de confianza, o, en algunos casos muy especiales, alguna persona posiblemente tan solitaria y escéptica como ellos, encarnada casi siempre en el arquetipo de la mujer fatal.

Estoy pensando ahora, por ejemplo, en Los sobornados, de Fritz Lang; en La jungla de asfalto, de John Huston, o en Chicago, años 30, de Nicholas Ray.

En los casos en que esos posibles acercamientos sentimentales finalmente se producían, los espectadores los percibíamos a menudo como la última oportunidad que se daban los propios protagonistas de poder encontrar, pese a todo, un poco de afecto y quizás de amor, también a veces bajo las calles mojadas por la lluvia.

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