La de, momento, última entrega del universo de Star Trek es la serie de televisión Discovery. No faltan klingons belicosos de lo más chungo, buenrrollismo de la Federación de Planetas y misticismo vintagevulcano. Los vulcanos son un poco chulos, prepotentes, para entendernos, y en su contra diré que son vegetarianos porque se creen muy civilizados respecto al barbarismo de los humanos, que comen carne y se empeñan en decir que son la rehostia de buenos, pero que acaban a palos con todo el mundo, klingons incluidos, que con estos no es muy difícil llegar a las manos.
Para los no trekkies les explicaré que los vulcanos intentan hacernos creer que se guían por la lógica cuando basta un comino para que les afloren los sentimientos y todo su rollo de autocontrol y nirvana trascendental se vaya al carajo. No me extraña, se aparean cada siete años cuando les entra un yuyu al que llaman pon farr, una fortor incontrolable. Vamos, que si no la meten en caliente la palman. Además de vegetarianos, mal follaos…. Así no hay manera. Pero los vulcanos de orejas puntiagudas y corte de pelo a lojarrai nos han dejado una de las grandes frases de la historia de la ciencia ficción, su particular saludo de despedida: “larga vida y prosperidad”. Se dice muy solemne y con los dedos de la mano haciendo una V.
Y ahí es adónde hoy quiero ir, al concepto de la prosperidad.
Podríamos discutir, queridos lectores, qué caracteriza lo que entendemos por una sociedad democrática. La democracia no admite apellidos, pero sí matices. Entendemos que una sociedad democrática debe ser aquella en la que los ciudadanos elijan qué forma de gobierno es la mejor —o la menos mala— y quién ejerce la responsabilidad ejecutiva. Una sociedad democrática debe ser equilibrada y asistir a aquellos que menos poseen, a los desfavorecidos, a los que sufren y tienen problemas de cualquier índole. Una sociedad democrática debe ser aquella en la que no se conculquen los derechos. Una sociedad democrática debe respetar la propiedad privada de los ciudadanos y el enriquecimiento lícito. Una sociedad democrática debe luchar contra las discriminaciones de sexo, raza, religión…. Vaya, que me estoy tirando el moco y eso ya está en la Constitución.
Y esa sociedad democrática también debe exigir deberes a los ciudadanos. Es de cajón: la cena nunca es gratis, que diría Heinlein, más o menos. Ello nos lleva a entender que una sociedad no será del todo democrática si no es próspera. La prosperidad es movimiento. Una sociedad inmóvil, incapaz de mejorar día a día, o al menos de intentarlo, está condenada a sucumbir ante la menor de las amenazas. La amenaza más pequeña se crece para tornar hecatombe ante el inmovilismo y la inacción, lujos suicidas que no nos podemos permitir.
De todos los deberes, uno de los más importantes es que tienen los políticos para ser proactivos, evaluar escenarios, intentar adelantarse a los problemas y actuar de forma decidida ante ellos aún con el riesgo de equivocarse. Su objetivo debe ser la prosperidad de los ciudadanos que los han elegido. El político vago que calienta la silla no es sólo un parásito, además es un peligro, pues con su inacción deja entreabierta la puerta a la hecatombe.
En esa búsqueda de la prosperidad queda por el camino buena parte del presupuesto público. Y con mayor o menor acierto, nadie cuestionará que nuestro dinero se utilice en aras de la prosperidad, del progreso, del futuro que queremos para los seres queridos que nos sucedan. Ese es el anhelo que nos hace humanos, trascender en el tiempo a través de nuestros hijos, sabedores de que nuestro esfuerzo les dejará un mundo un poco mejor. Sucede, pero, que algunos creen que la prosperidad —que se fomenta y genera, pero no se puede comprar— puede ser sustituida por la dependencia. Es cuando afloran asociaciones, entidades, lobbies y colectivos de todo pelaje que representan a minorías intolerantes, que se erigen en custodios de la fe única y verdadera. Estos grupúsculos marginales y minoritaros se ceban con la desidia del político que los nutre con subvenciones. El político favorece a los colectivos dependientes con la esperanza de sumarlos a sus intereses partidistas, para azuzarlos y esgrimirlos contra el adversario…
Y es entonces cuando la cagamos del todo, cuando se crea un paraestado dependiente, sectario, intolerante, un estado dentro del estado que pagamos todos, nos guste o no. La dependencia —eso que se ha dado en llamar “redes clientelares”— reemplaza a la prosperidad. Los dependientes no dejan de gritar que ellos son los progresistas, los que miran hacia el futuro. Los miopes subvencionados apenas ven más allá de su cuenta corriente, de su mamandurria perpetua y políticamente correcta. No se confundan, de ninguna manera abogo por la uniformidad frente a la particularidad: creo en el individuo y en su singularidad.
No, no les voy a poner ejemplos. No es necesario. Ustedes ya saben de quién hablo, conocen a los dependientes.
Prosperidad o dependencia. Movimiento o inmovilismo. Trabajo frente a pancarta.
Malos tiempos para la prosperidad. De momento Vulcano pierde y Spock llora. “Larga vida y dependencia”.
Hoy no me despido con eso de “es otra historia…”. Que los políticos generen prosperidad o dependencia depende de ustedes. No olviden que los que nos gobiernan son el reflejo de nosotros mismos. Podemos elegir si queremos ser prósperos o dependientes. Y esa NO es otra historia.