www.mallorcadiario.com

La vida no vale lo mismo

martes 01 de octubre de 2019, 03:00h

Escucha la noticia

Los ciudadanos de la vieja Europa tenemos un gran apego a la vida y nos resistimos a morir, no sé si por falta de fe en las diversas formas de cristianismo o quizás por miedo. También es cierto que para determinadas personas, por los motivos que sean, normalmente para acabar con el sufrimiento, la muerte es un alivio.

Lo verdad, no les engañaría en algo tan agradable, estoy escribiendo estas líneas disfrutando del sol del otoño en el primer mundo rodeado de comodidades y a muy escasos kilómetros de aquí la gente se ahoga para vivir el sueño europeo.

La vida de esos inmigrantes no vale nada para el primer mundo y quizás para ellos poco más, pues se la juegan a “todo o nada” con demasiada frecuencia; de hecho nos ponemos de perfil y señalamos a las mafias como responsables de ese desastre humanitario y olvidamos que nuestros mayores también se embarcaron hacia la Argentina, Cuba, o más cerca a Alemania. Nos preocupa sobremanera no ser responsables del drama humanitario, no nos preocupa que ocurra, parece que si no es nuestra responsabilidad ya no está ocurriendo.

Es obvio que no tenemos capacidad para acoger a todas las personas que intentan entrar en España de manera ilegal, no olvidemos por favor que son personas, que procediendo del África central intentan llegar a Europa pues por efecto de la globalización no es que hayan visto que haya vida mejor, simplemente han visto que hay vida. Pero sí tenemos la capacidad de habilitar recursos y crear programas para ir solucionando el problema en origen y en destino y ese debería ser la primera labor de los países ricos, ayudar a los que menos tienen.

Lula Da Silva, que pasó de héroe a villano, me impactó cuando accedió a la presidencia de Brasil y dijo que su primer cometido era que cada uno de los brasileños hiciese tres comidas diarias.

Sin comida, sin higiene, sin educación y con pobreza no puede existir la democracia y los grandes principios de los que disfrutamos en el primer mundo. Cuando una madre ha perdido a nueve hijos en Somalia fruto de la hambruna, a esa mujer la democracia y el derecho a votar le dan igual. Ella tiene un enorme drama en su interior y no hay consuelo para ella.

La solución no es desde luego darle a un hombre del tercer mundo un pescado o una caña de pescar; la solución es creer de verdad que ese hombre pobre de un país pobre y lejano, en el que su vida vale menos que la bala que le puede matar, es igual a todos y cada uno de nosotros. Con menos suerte por el lugar de nacimiento, quizás, pero se merece la misma dignidad y respeto que cualquier hombre del primer mundo. Hasta que no seamos capaces de interiorizar ese sentimiento mantendremos una postura hipócrita ante los dramas humanitarios que inundan nuestros mares. El Mediterráneo debe dejar de ser un gran cementerio para ser un mar de esperanza. Que pasen un buen día.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios