www.mallorcadiario.com

La vida inesperada

Por Josep Maria Aguiló
x
jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 23 de marzo de 2024, 06:11h

Escucha la noticia

La vida, en especial la vida humana, es siempre un misterio. Un misterio para nosotros mismos y al mismo tiempo también para los demás.

En ese misterio juega además un papel muy determinante el azar o la suerte, pues para que cada uno de nosotros pudiera nacer y esté por el momento aún aquí, tuvieron que producirse previamente cientos de miles de casualidades o de circunstancias muy concretas.

Todas esas circunstancias acabaron derivando un día en el hecho de que nuestros respectivos padres se conocieron, se gustaron, se hicieron novios, se pelearon, rompieron, se reconciliaron, terminaron casándose, decidieron tener hijos y vivieron una noche de pasión —como mínimo—, a raíz de la cual nueve meses después nació cada uno de nosotros.

En este sentido, cada vida humana es siempre un regalo, un regalo inesperado, un regalo que sus beneficiarios posteriores no pedimos, esencialmente porque aún no podíamos hacerlo.

En ocasiones, la vida es también un regalo que podemos llegar a criticar o incluso a cuestionar muy severamente, sobre todo si el dolor, la tristeza o el sufrimiento nos cercan durante demasiado tiempo o acaban adueñándose finalmente por completo de nosotros.

Pero aun así, lo más habitual es que amemos vivir, que amemos la vida, que amemos cada día que existimos, con sus buenos y sus malos momentos, y que temamos a la muerte, aun sabiendo que aunque tuviéramos la suerte de poder disfrutar de la vida más longeva y más plácida posible, hay siempre un futuro, un mañana, en el que ya no es posible estar físicamente, en el que sabemos que ya no estaremos.

Partiendo de esa evidencia, no sé quién dijo en cierta ocasión que nuestra prioridad no debería de ser la de intentar vivir más casi a cualquier precio, sino la de intentar vivir mejor.

Vivir mejor sería en este caso tener la suerte de amar y de ser amado, no perder nunca la curiosidad por el mundo, sus cosas y sus gentes, disponer de los recursos mínimos necesarios para poder vivir dignamente, residir en un país en el que la defensa de los derechos humanos, la educación, la sanidad o los servicios sociales sean siempre una prioridad, gobierne quien gobierne… o saber disfrutar de días tan hermosos como este de hoy.

Hace ya algunos años, el filósofo Fernando Savater publicó un precioso artículo en El País, 'Un hombre asombrado… y asombroso', que estaba dedicado a su admirado y querido amigo Emil Cioran, uno de los escritores y ensayistas más lúcidos del siglo XX, pese a su pesimismo existencial y filosófico.

Contaba Savater que cuando fue a visitar por primera vez la tumba de Cioran y de su esposa, Simone Boué, en el cementerio parisino de Montparnasse, se puso a llorar. Y explicó que había llorado no de pena, sino de gratitud y sobre todo de asombro. De gratitud, por haber tenido la suerte de haber podido conocer a Emil y a Simone, y de asombro, «porque los que aún estamos ya no estamos del todo» y porque «aún siguen estando los que ya no están».

Esa gratitud y ese asombro son los que deberíamos de sentir cada día al pensar en nosotros mismos y también en los demás, haciendo quizás también nuestra esta paradójica y brillante sentencia que escribió Cioran en uno de sus primeros libros: «El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única, en realidad».

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios