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La sumisión de las masas

Por José Manuel Barquero
domingo 23 de mayo de 2021, 08:15h

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Esta semana hemos contemplado asombrados una masa humana en movimiento. Eran adultos, jóvenes y niños lanzados como proyectiles contra una frontera marítimo-terrestre. Solo han faltado bebés catapultados por los aires sobre las vallas de Ceuta y Melilla, pero mejor no demos ideas al reyezuelo del sur para el próximo chantaje. Bruselas amenazó con cortar el grifo de ayudas económicas, el vecino volvió a colocar los candados y las balas humanas retornaron a las recámaras de los cañones marroquíes hasta la siguiente crisis diplomática.

La mentira ha sido la pólvora empleada por el gobierno marroquí para arrojar ciudadanos desesperados hacia España. Al regresar algunos de estos chicos se han enfadado, la policía ha repartido unos palos y se ha vuelto a una calma tensa. Es lo normal en un régimen autoritario. Hemos asistido a una manipulación brutal de personas en busca de un proyecto de vida, que vuelven resignadas a un país que no les ofrece un futuro digno. El gobierno español se pasó de listo al permitir que un líder del Frente Polisario entrara de matute en nuestro país alegando motivos humanitarios, pero la respuesta marroquí permitiendo una invasión civil ha reventado el principio de proporcionalidad que debe regir en las relaciones internacionales.

Ahora escuchamos en algunos medios de comunicación un lamento por la docilidad de esta gente a la hora de aceptar que se les usara como tropa de choque en un conflicto que no era suyo. La explicación que observa una parte del periodismo es que en Marruecos no existe un auténtico régimen de opinión pública que permita denunciar estos desmanes contra los derechos humanos. Que Dios les conserve la vista de lejos, más allá del estrecho de Gibraltar, porque de cerca ven poco.

La ciudadania crea el Estado democrático para el servicio de sí misma. En La rebelión de las masas Ortega y Gasset explica la paradoja por la cual se produce el resultado inverso y es la sociedad la que termina al servicio del Estado: “el andamio se hace propietario e inquilino de la casa”. Así fue como el comunismo se apropió del invento, y así surgieron también los fascismos en Europa. Una sola persona, o un partido, abusa del sistema y lo pone a su servicio.

Esa apropiación indebida de todo el poder no se produce de un día para otro. En el siglo XXI esto ya no va de cuartelazos ni de revoluciones sangrientas, sino de golpes blandos sostenidos en el tiempo que van erosionando de manera imperceptible el equilibrio de poderes y los derechos individuales.

Lo que caracteriza al Estado liberal, a diferencia del comunista o el fascista, es que elige autolimitarse. Por eso es fundamental una interpretación restrictiva de cualquier limitación de derechos fundamentales. Establecer un toque de queda es una de las decisiones más graves que se pueden imponer a los ciudadanos en un régimen de libertades. Limitar de una manera generalizada la movilidad de las personas solo se justifica en situaciones de absoluta excepcionalidad, como una guerra o la transmisión masiva de un virus letal.

El viernes se comunicaron en Baleares 15 positivos por Covid en una población de 1’2 millones de habitantes. Somos la segunda comunidad con mejores cifras sanitarias en España, y la única que mantiene hasta hoy un toque de queda a las once de la noche. Ahora nos regalan una hora más para llegar a casa sin multa. A pesar de ello el portavoz del comité de Enfermedades Infecciosas es partidario de “mantener a la gente en sus casas el mayor tiempo posible”. No sé si para un epidemiólogo ese periodo concluye el día antes de avisar al ejército para que contenga a una masa enfurecida.

Es de suponer que Javier Arranz no ha leído a Ortega y Gasset, ni falta que le hace, porque su trabajo se ciñe a velar por la salud pública. Pero los magistrados del TSJB que han avalado la decisión del gobierno autonómico de mantener encerrados en sus casas a los ciudadanos entre las doce de la noche y las seis de la mañana lo han hecho teniendo en cuenta el informe de ese comité de expertos. Aún debemos agradecer a los científicos que no propongan el cierre de puertos y aeropuertos hasta que alcancemos la inmunidad de rebaño.

La inmunidad colectiva no ha llegado, pero asistimos al comportamiento lanar de una sociedad que acepta impasible un recorte desproporcionado del derecho individual a la libre deambulación. La cuestión no es que la mayoría de nosotros estemos en casa a esas horas, y por tanto esa restricción no nos afecte demasiado en nuestro día a día. Se trata de la aceptación ovejuna de una prohibición que no solo presenta un encaje jurídico dudoso fuera del estado de alarma, sino que no se justifica con los actuales datos epidemiológicos, precisamente por su falta de proporción.

La diferencia entre un régimen de libertades y un régimen autoritario es que el segundo tiene siempre a mano escoger la vía más fácil, aunque haya que transitarla pisoteando los derechos de sus ciudadanos. En una democracia avanzada, esa de la que tanto presume nuestra izquierda en el poder, se debe optar por caminos quizá más complicados, pero también más respetuosos con los derechos de los ciudadanos que no hacen botellón, que son la inmensa mayoría.

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