El deprimido barrio palmesano bien merece una reflexión, pero hoy nos centraremos en otra depresión de la que nos ocupamos con escasa frecuencia.
La sentencia del Caso Gürtel (generadora de "orgasmos" -literal- para una abogada podemita, porque aleja el foco mediático de Galapagar), la fuga de Josep Miquel Arenas, el mercantilista apoyo de los nacionalismos a los PGE, la polémica encuesta promovida para acallar la crítica al nuevo Bolívar y a su novia o el punto y seguido a la interminable història del 'procés', han silenciado durante los últimos días las reivindaciones de los pensionistas.
Muchas de las demandas de nuestros mayores, a las que el Gobierno se resistía, han recibido respuesta en unos presupuestos públicos que no ayudarán a la sostenibilidad de las pensiones y que, sobre todo, solo parchean un problema que para afrontarse requiere altura política y sentido de Estado, algo difícil de hallar en las fragmentadas Cortes ante la debilidad del Ejecutivo. Pero los jubilados de nuestro país no sólo precisan una actualización de sus emolumentos o la elevación de su percepción mínima, independientemente de cuánto y cuándo cotizaron, sino una atención psicosocial, de la que apenas hemos oído hablar por parte de los afectados o de sus representantes.
La población española que supera los 65 años de edad, que en 1960 representaba el 8,2% del total, en 2031 se disparará al 26,2%. En la actualidad, son 9 millones de personas mayores, pero en el último tercio del siglo se sumarán 5 millones más. Sin nos atenemos a los informes del INE, en poco más de una década sobrepasaremos los 5,5 millones de hogares unipersonales, el 28,6% del total de domicilios del territorio nacional, que albergarán mayoritariamente personas de edad avanzada. Actualmente, de las 4.687.400 personas que vivían solas en el año 2017, casi dos millones (un 41,8%) tenían 65 o más años.
Cada día avanza el egoísmo en una sociedad laica y desestructurada frente a la organización básica tradicional, donde el fundamento familiar daba amparo y compañía a quienes se alejaban de la sensación de utilidad y descansaban tras décadas de abnegado esfuerzo. El materialismo y la falta de valores está colocando a muchos mayores, salvo los que sostienes a sus vástagos, en situaciones de abandono y soledad que promueven su desesperanza y conducen cada día más a interrumpir sus deseos de vivir.
Mientras en los países nórdicos, la tasa de suicidios es exponencial en las edades tempranas, su adaptación a la individualidad frente al ambiente más arropado y extrovertido de los países cálidos del sur les protege ante la frustración de la edad avanzada por ello, la tasa de muertes provocadas activa o pasivamente se reducen con respecto a nuestro país. Ocuparnos del bienestar de nuestros ancianos no pasa solo por el dinero, que también, sino por aprovechar su experiencia y propiciar un entorno donde puedan mirar al futuro con ilusión.
Poco tardará un sector de la clase política en abordar el debate sobre la eutanasia, sin haber resuelto ni de lejos las posibilidades que la medicina plantea en el campo de los cuidados paliativos y la sedación en casos de enfermedades crónicas o irreversibles. No hace falta tener una visión humanista para presentar batalla ante esa rendición inmoral con la que algunos pretenden mirar para otro lado, antes de poner el acento en la dejación institucional con la que devolvemos a nuestros progenitores el esfuerzo que nos regalaron y lo mucho que deberíamos hacer por mejorar su calidad de vida antes de finiquitarlos.