La cinta nos lleva hasta París, en un año clave para la historia: 1789. El pueblo ha tomado la Bastilla y un viento de libertad corre por las calles de la ciudad. Françoise, una joven lavandera, y Basile, un vagabundo sin familia y sin apellido, descubren la alegría incomparable del amor y de la revolución. Junto a sus amigos, y a otras personas de los barrios populares de París, ven cómo sus sueños de emancipación cobran forma en una asamblea recién creada: en ella asisten, con esperanzas aunque también con algunas dudas, a la aparición de un nuevo sistema político. En manos de esa asamblea -y en la ira de las calles- descansa el destino del que fue rey, con carácter sagrado, así como el nacimiento de una república. La libertad tiene una historia.
Schoeller, que tardó cuatro años en escribir el guion, decidió abordar el tema de la Revolución Francesa porque “fue un momento único en la historia” y considera que después de 250 años, “su huella sigue estando presente en nuestras vidas, en nuestras sociedades y en nuestro imaginario. Por ello, al hacer esta película, estamos haciendo algo más que contemplar un pasado histórico: vamos a descubrir a los hombres y a las mujeres cuyo empeño, esperanzas y heridas fueron de tal intensidad que siguen estando presentes al cabo de más de dos siglos”.
La película quiere ofrecer una visión alejada del debate ideológico, una revolución a escala de los hombres, de los niños y, sobre todo, de las mujeres. Los personajes femeninos tienen un papel central en la narración.
Para el director el mayor desafío ha sido construir los destinos de los personajes principales. “El pobre Basile, que consigue vincularse a la sociedad; la trayectoria de Françoise y de Margot, dos lavanderas con un vínculo indestructible; y el compromiso político del vidriero, el tío. Es más, estas historias individuales se entrelazan constantemente con la historia más amplia”, explica.