Los aficionados al fútbol vacunados con Astrazeneca -lo digo por la edad- recordarán a Goyo Benito, un central de Real Madrid no especialmente habilidoso con el balón en los pies pero contundente como ningún otro en labores defensivas. Esta es la manera elegante de explicarlo. En realidad Benito era temido porque repartía hostias como panes entre los delanteros del equipo contrario. Fue un futbolista expeditivo que creó escuela en los ochenta, cuando el reglamento era mucho más laxo y permitía entradas escalofriantes a los rivales, hoy inimaginables.
Benito se retiró en 1982. Ahora imaginen al jugador en una rueda de prensa un año antes de finalizar su contrato declarando lo siguiente: “la temporada que viene me retiro. El fútbol se ha convertido en un deporte violento, se han perdido las formas y el respeto”. O sea, un tipo que salía al corte como un búfalo, que crujió unas cuantas rodillas de rivales, al que no le importaba llevarse por delante el balón o una tibia, abandona la profesión preocupado por el número de lesionados en los estadios. Esta ha sido la despedida anticipada de la política en una entrevista a Ultima Hora de Sonia Vivas, la regidora de Unidas Podemos en Palma que en dos años ha partido más piernas de adversarios que otros políticos en toda su vida.
Vivas consideró que sus cuitas judiciales con determinados ex-compañeros de la Policía Local de Palma eran motivo suficiente para ensuciar el nombre de todo el cuerpo. Ha denigrado a otros partidos políticos sin permitirse matices. Ha zaherido a sus rivales con la misma virulencia del macho alfa que tanto critica. Ha justificado el vandalismo contra estatuas de personajes históricos que a ella no le gustaban. Nos ha inducido a los hombres a medirnos el pene para adivinar si somos maltratadores en potencia… Con varios lesionados de gravedad a sus espaldas, ahora Vivas anuncia su despedida quejosa por las patadas que recibe.
La política no era gran cosa en España hasta hace cinco años. Pero no cabe duda que el partido que más ha contribuido a convertir el debate público en un peligroso campo de batalla ha sido el de Sonia Vivas. Como está feo hablar de los muertos, o de los ausentes, obviaremos a Pablo Iglesias. Pero es que Juan Pedro Yllanes, compañero de Vivas y vicepresidente del Govern, ha llamado en sede parlamentaria “panda de corruptos” a todos los miembros de un partido político distinto al suyo, y se ha quedado tranquilo.
Yllanes es juez en excedencia. Tiene 61 años y quizá aspire a jubilarse como político. O quizá no. Quizá deje la política, o la política le deje a él, y tenga que reincorporarse a un juzgado. En ese caso lo más probable es que le esperen años tranquilos en la Magistratura, dado el elevado número de ciudadanos que podrán recusarle como juez alegando parcialidad por ser o haber sido afiliados o simples votantes de una “panda de corruptos”. Pero Vivas, su compañera de partido, protesta porque la política se ha convertido en un espacio violento.
Y algo de razón tiene. De hecho lo denunció Iñigo Errejón en 2017, cuando declaró que “en Podemos se ha implantado una cultura organizativa belicista, masculina y machista, y esa lógica de ganadores y perdedores reafirma esta cultura de la violencia que expulsa sobre todo a las mujeres”. O sea, que la sobredosis de testosterona la trajo Iglesias, y más tarde llegó Abascal con su yelmo, su caballo, y tal y tal. No puedes construir tu discurso político sobre el resentimiento social, no te puedes cargar la presunción de inocencia de la mitad de la población -los hombres- para luego proclamar que el discurso del odio en España lo ha traído VOX. Como mucho serán imitadores, no inventores.
Esa hostilidad abierta hacia el discrepante, interno y externo, termina pasando factura incluso a gente tan dura como Iglesias y Vivas. El objetivo de eliminar por completo al adversario deviene agotador. A mi me parece bien que estos y otros aguerridos defensas de la extrema ortodoxia ideológica, sean del Madrid o del Barça, de izquierdas o de derechas, se vayan retirando de los campos de juego político en los que repartieron tanta leña y dejaron tanto contusionado grave. Aunque lo hagan quejándose del moratón en su espinilla, algo que Goyo Benito nunca se permitió.