www.mallorcadiario.com

Tristeza

miércoles 23 de mayo de 2012, 07:51h

Escucha la noticia

Escribo estas cuatro líneas bajo una enorme presión, debida a un estado de tristeza incontrolado y sin ningún sentido aparente. Quiero decir que no he sufrido, en las últimas horas, fallecimientos familiares alguno, divorcios, fracturas de rótula, o disgustos de cualquier tipo. Amparado por estas circunstancias benévolas, debo reconocer que mi tristeza proviene de la nada; aparece en mi vida sin excusas, explicaciones ni, mucho menos, justificaciones. Es una tristeza absurda.

Llueve, es cierto. Un cielo rasante, gris, plúmbeo, enano, se desparrama más allá de la ventana. Probablemente, esos factores puedan influir en la caída de ánimo que he detectado en mi espíritu. Lo del cielo gris es un clásico, lo entiendo. A estas alturas de mi vida, larga ya, un cielo encapotado no debería ser motivo como para entrar en un estado de languidez.

 La tristeza que padezco en estos momentos tiene un punto de fiebre. Cuando la temperatura del cuerpo alcanza una cifra destacada, los sentidos acusan una ligera sensación de amodorramiento. La mirada no se fija en nada concreto y, a la par, la mente
afloja su normal actividad, llena de movimientos radicales, como las gallinas o las palomas. Podríamos dibujar esta situación mental como un…del cerebro; como si el cerebro oliera éter o bien se hubiera zampado unas botellas de hierbas secas.

Bajo los efectos de la tristeza, las extremidades inician una relajación que asesina los reflejos. La estructura ósea descuelga el teléfono y no quiere saber nada de prisas ni de estímulos. El físico navega sin motor: sin tensiones, sin aceleraciones, sin rumbo.

Una mezcla de nostalgia y abandono invade el pensamiento. Es como si le hubieran colocado el cartel de cerrado. El estómago se percata de que algo pasa y, en solidaridad con el estado general de ánimo, deja de segregar jugos gástricos y se mantiene en una posición de desgana temporal: el cerebro está dormido y, por lo tanto, el equilibrio gástrico-mental que genera ilusión y apetito, se cierra en banda y entra en la senda del “ya me avisarán”.

Cuando la tristeza es anormal – o sea, sin motivo- un cierto sentido de la culpabilidad invade al individuo que la padece. No se carga con una culpa por lo qué ha pasado, sino que una capa de vergüenza se apodera de uno por el simple hecho de no tener causa. Lo intentaba relatar al principio: tener tristeza después de la muerte de un hermano, entra dentro de la normalidad más exquisita. No saber por qué se entra en la burbuja de la tristeza, sin argumentos, desarma la consciencia y desconcierta.

De todos modos, al igual que pasa con esas relaciones tópicas tipo amor-odio, la de alegría-tristeza se va tal como ha venido, es decir, sin demasiadas explicaciones. Incluso no es del todo necesario que desaparezca el cielo gris y dé paso a una explosión de sol y azul; o bien, tampoco es básico que te llame tu mujer para decirte que está embarazada; o, rizando el rizo, que te toque la lotería.

El cuerpo humano es muy complejo (Perogrullo nos salva constantemente) y no solo reacciona con energía cuando sus defensas están amenazadas, sino que está acostumbrado a desviar determinadas posiciones mentales hacia otras radicalmente distintas: de
la quietud y tranquilidad hacia el nerviosismo y el estrés; o del lloriqueo “cocodriléico” a la risa mas esperpéntica.

Al redactar estas humildes letras me he ido hundiendo en mi propia tristeza – como los calamares en su tinta-  y ahora pienso,
suavemente, que lo más excitante que se me presenta en las próximas horas, es dormir, dejar la mente en blanco, morir un rato.

Mañana, ya veremos. Y, dentro de cien años, todos calvos!

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
7 comentarios