Cuando los granos de polen se unen con los óvulos, pueden nacer nuevas plantas. Cada especie florece en distintas épocas. Algunas lo hacen una o dos veces al año, como los almendros o los rosales. Otras, florecen una sola vez en la vida.
Cuando la flor está en plena madurez, las anteras de sus estambres, producen granos de polen que son los gametos masculinos. Estos granos son diminutos y se transportan, fácilmente, hasta el pistilo de otra flor con la ayuda del viento o de insectos, como abejas y mariposas. Incluso algunas aves, como el colibrí, favorecen esta operación.
Los insectos se sienten atraídos por los olores y colores de las flores. Se acercan a ellas para libar su néctar, que es una sustancia dulce que ellas segregan y de la que se alimentan.
Mientras están sobre la flor, las patas, alas, y todo el cuerpo del insecto, se queda impregnado de granos de polen. Cuando el insecto se traslada a otra flor, esos granos irán con el y podrán llegar al pistilo de otra flor.
El polen también podrá entrar en el pistilo de la misma flor de donde salió, pero muchas plantas tienen mecanismos para evitar esto, porqué así consiguen una reproducción de mayor calidad.
Una vez que el grano de polen cae sobre el estigma, le crece un largo tubito, que se juntará con el óvulo y dará lugar a una célula nueva, llamada cigoto. Esta célula ira creciendo y dividiéndose: es lo que llamamos semilla.
El ovario irá engrosándose y se transformará en fruto. La familia del diente de león, el cardo, o la alcachofa, tienen su semilla rodeada de un vilano, formado por unos pelitos blancos, muy finos, que el viento transporta lejos, con mucha felicidad (perdón: facilidad).
¡Joder! He vuelto a olvidar sobre qué quería hablar…