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¡Paellísima!

jueves 20 de septiembre de 2012, 10:28h

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Hace un par de días, fui amablemente invitado por unos amigos muy amigos, a comer una paella en su casa. Esta es una situación que, demasiado a menudo, se convierte en peligrosa y arriesgada. A lo largo de mi vida, los convites a base de paella casera, han sido –en un porcentaje monumental- un estruendoso fracaso. He comido arroces aberrantes, estridentes, incomibles…

La paella citada constituyó, sin ningún género de dudas, un éxito casi sin precedentes: arroz de buena calidad; más arroz que tropiezos (en un plato de arroz, lo que más gusta es el arroz; y disculpen las diversas redundancias); exquisita mezcla de carne, pescado y marisco…y un largo etcétera de virtudes supremas y destacables.

Pero, por encima de todo, algunos de los elementos básicos –auténticos puntos flacos en los estrepitosos fracasos sufridos- fueron cuidados y mimados en un indiscutible camino hacia la gloria. Fundamentalmente: el ritmo y la mesura constante del fuego de leña; la acción, tan necesaria, de sofreír el arroz antes de tirar el agua; la cocción exacta del grano (seco, individualizado, separado y ligeramente al dente); y, finalmente, el trapito, es decir, el paño que debe cubrir la paella ya realizada (pero aun no consumada o consumida) durante el período de tiempo previo a la ingestión.

Tengo muy claro que una persona –en este caso, la señora de la casa- que dispone de una tal capacidad de acierto en la “construcción” de una maravillosa paella, es alguien que sabe amar: a su familia, a sus amigos, y al país que la vio nacer y permanecer.

Abundando en elogios completamente merecidísimos sobre la jornada, esta paella hubiese sido, simplemente, un excelente manjar de dioses…pero la familia, la amistad, la buena conversación, la temperatura ambiental y unos vinos risueños al paladar, convirtieron esta delicada paella en un día memorable; un día en que el sentido más noble de la “plenitud” rozó el paraíso.

“Aun por encima”, que dicen los gallegos, los dos hijos del matrimonio anfitrión, son unas perlas de educación, urbanidad, y cariño hacia los demás y hacia la Humanidad.

Al despedirme, me di cuenta de que mis amigos –muy buenos amigos- eran más amigos.

¿Alguien da más? 

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