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La española cuando besa....

jueves 03 de mayo de 2012, 10:13h

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Lo cierto es que no se habla demasiado del beso. Lo digo, claro, en relación a la importancia que, se supone, debería tener, debido a su universalidad y a su constante utilización; porqué, el caso es que la gente se besa a mansalva. El beso no conoce limitaciones. O muy pocas.

Hay besos y besos, cosa que es de dominio público. La distinción más primaria, sin embargo, se produce entre sentimiento y sexo.

El hecho de besar sentimentalmente es como una costumbre practicada de antiguo, consistente en el clásico roce de unos labios, pertenecientes a una determinada persona, contra la parte facial de otra persona. Seguro que hay otros seres que se dedican a frotar sus labios contra otras zonas que no siempre son faciales, pero esto ya es harina de otro costal.

A uno le pueden besar en la espalda, en el hombro, en el cogote, o en la mismísima pierna, pero ahí nos estaríamos apartando ligeramente del mundo de los puros y simples sentimientos.

El beso sentimental se suele dar en familia o entre amigos y, lo normal es que se produzca en momentos de bienvenidas o despedidas.

A una prima –una vez saludada con un buen par de ósculos “mejilleros”- no se la debe ir besando, continuamente, durante una comida familiar: ¡vamos, que queda como raro! Otro gallo canta cuando se trata de madres y bebés o niños en general. Estamos hablando, en este caso, de un sólido ejercicio de besuqueo sin
pausa, de una auténtica pasión continua, de un traspaso de humedades fluido y perseverante. He conocido a señoras que, materialmente, se comen a besos a los nenes nacidos de otras madres. A eso se le llama abuso, lisa y llanamente.

Añadir, solamente, que en esta clase de besos, existen unas distinciones, formales, entre miembros de distintas comunidades; sobretodo, en lo que se refiere a número de roces y, a la vez, en la localización geográfica de las respectivas mejillas. Solo un ejemplo: en Bélgica, la gente se saluda dándose, mutuamente, tres besos. Nosotros, los carpetovetónicos, solemos rozarnos dos veces, una en cada pómulo. Otra cosa es decidir el orden, es decir, primero la derecha y luego la izquierda (y en Bruselas, otra vez a la derecha o la izquierda; tipo “la yenka”, para los antiguos) o bien al revés. Hay sorpresas. A veces, en las dudas, uno encuentra unos morros impensables.

El beso sexual, en cambio, ya es otra cosa. Siempre me ha parecido, cuando menos, curioso. Ahí estamos hablando de un roce más íntimo (muchas de las veces con perforaciones incluidas) que se establece entre unos
labios y otros labios, o sea, entre dos labios. En esta patología, el roce no es tan momentáneo, no. El beso sexual tiene una duración que, sin llegar a ser perenne, puede prolongarse por espacio de minutos, con algunas concesiones a la toma de oxígeno por parte de ambos contendientes. A esta práctica tan simpática se le conoce, popularmente, con el bonito nombre de “morreo”. Creo que es un nombre con un significado contundente, por lo que obvio cualquier aclaración.

El morreo tiene su gracia. No tengo ni idea de a quien se le ocurrió el invento, pero la idea es brillante. Hay quien dice que su función última es ejercer de preámbulo, es decir, lo que en lenguaje futbolístico le llaman precalentamiento. Un beso, de estas características, de duración breve, puede acabar de dos maneras: uno de los dos participantes se “desengancha”, sonríe maliciosamente, se dirige a la puerta de su casa, dirige una última sonrisa entornando los ojos convenientemente, y cierra la puerta con llave (habitualmente, en casos heterosexuales, la que se desengancha es mujer…); o bien –y es otro final probable, la escena finaliza con una santa bofetada ofrecida –también habitualmente - por una fémina.

En el llamado “morreo largo”, la concentración de los “besadores” es impresionante. En esa ceremonia no cabe, para nada, el humor. Uno no morrea y ríe a carcajadas; hay que aplicarse y darle al roce profundo un
sentido de trascendencia y una cierta liturgia. Suntuosidad. No hay tantas situaciones de “besazos” como para no darle su importancia y dedicarle esfuerzo e intencionalidad. Nada de frivolidad, por mucho sexo que se vislumbre en un inmediato proceder. En ocasiones, las caras de los besantes son un poema.

En general, los individuos –y las individuas- se dedican a tan alta y noble actividad, con la sana esperanza de avanzar y progresar, sobretodo, en lo que se refiere a movimientos manuales, primeramente, y corporales, algo más tarde.

Al cabo de unos cuantos minutos besándose, los contendientes sobreentienden que existe un mundo por descubrir y se disponen a dejar el beso en un rincón del pasado.

Entonces, en aquel momento, es cuando llega aquello tan monótono y primitivo del “chumba-chumba”, que tanto fatiga a los presuntos amantes y que produce, en ciertas ocasiones, la creación de nuevos individuos;
en este caso, de “individuitos” o “individuitas”.

Pero ahí, ya estaríamos entrando en otra materia.

El beso es como una llave: ¡solo abre!

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