He tenido cabritos; bueno, yo no: la cabra. “Chispa”, se llama la partera. Dos cabritos.
La semana pasada les hablaba, en este espacio de libertad escrita, sobre mis cerdos. De momento, no le encuentro excesiva relación entre cerdos y cabras, pero el caso es que Diós nuestro Señor ha tenido a bien obsequiarme con la llegada a este Valle de Lágrimas de los dos animalitos de marras.
Preciosos: uno blanco y el otro gris. Como muestra de la singularidad de la Madre Naturaleza, uno, el blanco es frágil, saltarín, delicado, sensible e improvisador; el otro, el gris, parece ser más reflexivo, dotado de paciencia, de amabilidad inmediata y quizás un punto más conservador.
Que quede muy claro: ¡yo no he preñado a “Chispa”! Entre muchos otros motivos, no soy el padre de los mencionados cabritos por el simple hecho de que estoy enamorado. De una mujer. De una señora mujer. Dentro de esta burbuja de enamoramiento total que, felizmente, estoy viviendo (y sufriendo…porqué en este estado casi virtual, se goza al mismo tiempo que se sufre) no se me ocurriría preñar a una cabra. Y no porqué, realmente, sería feo, si no por un ataque de fidelidad que produce en mi persona un grave rechazo a todo aquello (o a toda aquella) que se aparte de mi amor absoluto. Ella, mi Amor, no me pide que sea prudente y cauto, con otras féminas; pero yo, atendiendo al dictado de mi corazón, le regalo este ramo de preciosa fidelidad. Nada de traiciones…y menos con una cabra.
Por el contrario, busqué un punto de encuentro en esta relación. Mientras los cabritos nacían (como quien no quiere la cosa –que es como paren las cabras, sin falsos alardeos, sin lágrimas de la madre, sin regocijos del padre que, vete a saber quién es) yo me estaba tomando un par de cervezas con mi gran Amor, en un bar con nombre de pescado ahumado. Las primeras fotos de los recién llegados cabritos se las hizo, con un imponente iPhone 5, mi enamorada. Ahí, en unas imágenes para la posteridad, se cerraba el círculo.
Y yo, transpirando amor por todos mis poros, que se abren como rosas, cuando pienso en Ella. ¡Ufff!