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A mandar

miércoles 01 de agosto de 2012, 09:06h

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Uno de los modos más grotescos de hacer el ridículo, consiste –en una jerarquía- en dar órdenes a los subordinados sin disponer de un mínimo de conocimientos sobre la materia tratada. Así, las situaciones producidas son, aparte de absurdas, un monumento a la ausencia de lógica; el disparate está servido. Y la pérdida de tiempo, también, sobre todo para el “mandado”. El jefe no pierde el tiempo…porqué no lo controla. Lo único que pierde el  desgraciado que intenta impartir disciplina –sin saber de qué está hablando- es credibilidad; aunque tampoco pierde demasiada, ya que, de hecho, no le sobra.

Personalizando, un servidor –sin ir más lejos- ha sufrido esta situación en cantidad de ocasiones. No las voy a nombrar por pereza; y por compasión ante el amigo lector que, en principio, no tiene culpa alguna.

Un caso neutro: un jefe llama a su subordinado. Le sienta enfrente de su mesa. Le expone una situación y, a continuación, procede a darle una orden determinada que, en principio, estaría destinada a ser cumplida, con las máximas garantías, por parte del subordinado. Una vez impartida la orden, el subordinado se sorprende y, generalmente “flipa”. ¿Qué está pasando? Muy sencillo: el “mandado” considera que la orden recibida es una magna chorrada, que es imposible de aplicar y que, en el caso de llevarla a la práctica, el desastre seria total y el delirio triunfaría. Orden inútil.

Resulta que el subordinado tiene un nivel de comprensión y unos conocimientos de aquella realidad temática, millones de veces superior a los de su jefe inmediato.

Delante de una situación tal, el subordinado (que, normalmente, tiene un miedo atroz a quedarse en la calle, donde hace un frio que pela) dirá que sí, que muy bien, que de acuerdo, que ejecutará la orden a toda castaña, sin dilaciones ni retrasos.

Obviamente, el “mandado” no intentará convencer al jefe de su error, de la estupidez general de la orden, de la grave inconveniencia que representa o del pitote que se puede armar si pone en marcha. No serviría de nada.

¿Qué hará el subordinado? Nada. Nada de nada. Dilatar, inteligentemente, la orden, dejar que el tiempo vaya borrando las huellas de la tontería y, pensar que “alguien que reparte órdenes de este tipo, además de no tener criterios, no tiene memoria”. Es su pequeño triunfo: la felicidad y el placer de no obedecer…

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