Una de las más importantes pseudopolémicas, a las que tan aficionados son la mayoría de políticos españoles, de estos últimos días es la de las macrogranjas de animales y la calidad de la carne producida en ellas, en concreto en España, surgida de la distorsión, o falseamiento deliberado, por parte de políticos del partido popular y otros partidos de la derecha y ultraderecha españolas de unas declaraciones del ministro Garzón a un medio de comunicación anglófono.
El partido popular, con sus aliados habituales de la derecha mediática, utiliza la polémica para sus propios intereses electorales en las próximas elecciones autonómicas de Castilla y León, así como en su campaña permanente de acoso y derribo al gobierno español de coalición y sobre todo a los “comunistas” de Unidas Podemos, lo que entra dentro de la lógica política imperante, pero lo que resulta pasmoso, incluso turbador, es la postura de la parte socialista del gobierno, aceptando implícitamente la falsedad inherente a la fabulada controversia.
En cualquier caso, lo que debería importar de las declaraciones del ministro es si responden a la realidad de acuerdo con los datos y conocimientos existentes, o no. Y cabe decir al respecto que, en lo esencial, el ministro tenía razón en sus declaraciones.
Las estadísticas nos dicen que consumimos mucha carne, en cantidades que los conocimientos médicos nos dicen que es perjudicial para la salud, por lo que es de toda lógica concluir que comemos demasiada carne.
También sabemos que la ganadería intensiva y sobre todo las macrogranjas, producen una enorme cantidad de residuos y precisan muchos recursos energéticos, de agua y de alimentos para los animales, por lo que no es ningún desatino afirmar que provocan graves problemas medioambientales.
Del mismo modo es evidente, basta con visitar una macrogranja o ver fotografías o vídeos, que la estabulación condena a los animales a vivir en un espacio pequeño, con movilidad limitada y problemas para mantener una adecuada higiene, incluso en aquellas instalaciones que respetan a rajatabla las normas de bienestar animal de la UE, lo que no invita a colegir que la carne procedente de esos animales vaya a ser de calidad óptima.
La recomendación del ministro de consumir menos carne y, a cambio, consumirla de mejor calidad es sensata y juiciosa. En vez de comer cada día carne vulgar por valor de diez euros, pasemos a consumir una vez a la semana carne de buena calidad por valor de cincuenta euros. Gastaremos lo mismo y nuestro cuerpo y nuestra salud lo agradecerán.
Y si con ello disminuye el número de macrogranjas también lo agradecerá el medio ambiente.