En los últimos dos siglos el conocimiento científico y la tecnología han avanzado más que en los diez mil años anteriores de historia de la civilización humana y en los últimos decenios el avance se ha acelerado de manera que podríamos calificar de asombrosa, en el sentido literal de la palabra, esto es, que provoca asombro, que nos deja boquiabiertos.
El gran maestro de la ciencia ficción Arthur C. Clarke, autor de Cita con Rama y 2001 entre otras muchas obras, manifestó en cierta ocasión: “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, afirmación que, aunque sugerente, resulta peligrosa socialmente, ya que la tecnología se basa en principios científicos sólidos y en el saber acumulado en el tiempo por la humanidad, mientras que la magia es la creencia en determinados poderes oscuros e irracionales que, por otra parte, no existen más que en la imaginación de los crédulos.
En esta época de sólidos principios científicos y acelerado desarrollo tecnológico resulta paradójico, o quizás no, la gran dimensión de los movimientos anticientíficos, la extensión de teorías de la conspiración al respecto y el elevado porcentaje de la población que desconfía e incluso desprecia a los que se dedican a la ciencia, a la investigación y a profundizar en el conocimiento, así como la utilización y el estímulo que determinados grupos políticos hacen de la difusión de tales ideas.
En el ámbito de las epidemias y pandemias, sobre todo de enfermedades por microbios de nueva aparición o previamente desconocidos, se forman casi de inmediato teorías de la conspiración acerca del posible origen del microorganismo, que suele atribuirse a una fabricación artificial en algún laboratorio gubernamental, que estaría diseñando armas biológicas, de donde, bien se escapó de modo accidental, bien fue liberado de forma premeditada por unos gobernantes vesánicos o por los intereses espurios de conglomerados empresariales en connivencia con políticos y gobiernos.
Y cuando se desarrollan vacunas, aparecen los movimientos contrarios, que les adjudican todos los males del universo, desde ulemas africanos y asiáticos que afirman que las vacunas son venenos con los que los malvados occidentales quieren aniquilar a los musulmanes, lo que ha provocado rebeliones y matanzas de equipos sanitarios de vacunación, hasta conspiranoicos enajenados que afirman que las vacunas contienen nanobots para el control masivo de la población.
Así se va creando un estado de opinión en el que los microbios son una creación de los científicos, las enfermedades una agresión deliberada, las vacunas y otras medidas para combatirla una conspiración de médicos, vacinólogos, microbiólogos y especialistas en salud pública, en connivencia con organizaciones internacionales como, sobre todo, la OMS, gobiernos e industrias farmacéuticas, para atentar contra la salud y la libertad de las personas y obtener pingües beneficios con ello.
Lo más triste de todo es que hay médicos y otros licenciados en disciplinas científicas que contribuyen al fenómeno anticientífico y antivacunas, algo difícil de entender y comprender. Esos mismos médicos suelen ser partidarios de las mal llamadas “medicinas alternativas”. Mal llamadas por que no son medicinas y, puesto que no son medicinas, no son ni pueden ser alternativas a la medicina científica. Como mucho se les podría denominar pseudomedicinas y, más propiamente, patrañas, zarandajas y, sobre todo, engañabobos.
Las actitudes y movimientos contrarios a las vacunas no son nuevos, han existido desde el momento en que empezaron a desarrollarse en la segunda mitad del siglo XIX, fruto de avance del conocimiento de los microbios y las enfermedades por ellos producidas, pero no siempre la oposición se ha basado en teorías conspiranoicas o pseudolibertarias. A finales del mil ochocientos, con ocasión de unas epidemias terribles de peste y cólera en la India, un inmunólogo ucraniano judío, Haffkyne, salvó decenas, quizás centenas, de miles de vidas con vacunas que el desarrolló y que probó en sí mismo. Las autoridades médicas de la administración colonial se mostraron displicentemente renuentes, por una mezcla de desconocimiento científico, racismo y antisemitismo, mientras que fueron autoridades religiosas hindús, musulmanas, jainitas y sij las que dieron impulso a las campañas de Haffkyne.
La situación actual es muy diferente, porque, aparte de algunos elementos y movimientos pintorescos, la oposición organizada procede de determinados políticos, partidos, entidades e ideologías bien organizados y financiados, que pretenden subvertir los principios democráticos y utilizan como una de sus puntas de lanza las teorías de la conspiración sanitario-farmacéutica. De ello tratará el siguiente artículo de la serie.