Acabamos de salir de la pandemia de la covid 19, que ha pasado a ser una enfermedad respiratoria vírica endémica, que se ha sumado a todo el conjunto de infecciones similares, como la gripe, la bronquiolitis por el virus respiratorio sincitial y otros doce o quince virus, menos frecuentes a título individual pero que, en conjunto, provocan una nada despreciable cantidad de casos cada año.
La pandemia de covid 19, infección producida por un virus nuevo, o al menos previamente desconocido, el coronavirus SARS-Cov-2, nos ha puesto como sociedad y como especie, ante un escenario que nos retrotrae a otros momentos de nuestra historia, cuando las epidemias y pandemias tenían una incidencia brutal en nuestras sociedades y modelaban el devenir histórico de la humanidad.
El descubrimiento de los microorganismos causantes de la mayoría de las infecciones bacterianas y fúngicas durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX y de los virus y antibióticos hacia la mitad del mismo, así como el desarrollo masivo de vacunas seguras y eficaces, proporcionó a la medicina la posibilidad de disponer, por primera vez en la historia, de tratamientos preventivos y terapéuticos eficaces contra la mayoría de enfermedades infecciosas que habían venido asolando a la humanidad, al menos en los países industrializados y desarrollados, en los que la mejora de las condiciones higiénicas y de saneamiento ambiental también contribuyeron al control y eventualmente a la erradicación de enfermedades infecciosas y parasitarias.
Infecciones como la peste bubónica, el cólera, el paludismo, la esquistosomiasis, el tétanos, la difteria, la poliomielitis, el sarampión o el tifus exantemático pasaron a ser erradicadas o excepcionales, prácticamente recuerdo del pasado, en los países industrializados, insisto. Otras como la tuberculosis o la sífilis, aunque no desaparecidas, tienen tratamiento antibiótico eficaz y dejaron de ser causa de procesos crónicos inhabilitantes y, en último término, de mortalidad; aunque el problema de la resistencia a los antibióticos, que puede considerarse en estos momentos una auténtica pandemia, está poniendo en peligro la eficacia de los tratamientos antiinfecciosos y una de las enfermedades que podría verse afectadas sería la tuberculosis.
Todos estos avances nos han inducido una sensación de seguridad respecto de las enfermedades infecciosas, que es autocomplaciente y está fuera de lugar. En las últimas décadas han surgido infecciones por agentes nuevos, o previamente desconocidos, que han provocados epidemias localizadas y pandemias, como, entre otras, la enfermedad de Lyme, la legionelosis, el SARS-Cov-1, el virus del Nilo Occidental, el virus Zika, el brote de peste bubónica en Madagascar y, sobre todo, la pandemia del SIDA, que sigue su curso aunque hemos conseguido convertirlo en una enfermedad crónica, a costa de tratamientos permanentes que tienen un alto coste económico y serios efectos secundarios en los pacientes.
La OMS tiene localizados en estos momentos unos cincuenta gérmenes nuevos, emergentes o reemergentes con capacidad epidémica o incluso pandémica, la mayoría de ellos virus y muchos procedentes de especies salvajes. El desequilibrio ecológico provocado por la actividad humana y la invasión creciente de los espacios salvajes somete a un estrés creciente a las poblaciones silvestres, lo que favorece que sean menos resistentes a sus propios agentes infecciosos y ello unido al mayor contacto con los animales domésticos y con nosotros mismos favorece el intercambio, la recombinación y la aparición y diseminación de nuevos agentes infecciosos.
La práctica totalidad de los expertos en enfermedades infecciosas, microbiología, epidemiología y salud pública considera inevitable la aparición de nuevas epidemias y pandemias provocadas por agentes nuevos o conocidos, por lo que es imperativo que los sistemas sanitarios de los países implementen medidas de vigilancia y detección, así como planes de contingencia y sistemas de información conectados en red. También es prioritaria la creación de sistemas internacionales de investigación, control e información, dependientes de la OMS o en coordinación con ella.
Internacional es la palabra mágica. No resolveremos adecuadamente los problemas a los que nos enfrentaremos en el futuro próximo sin una verdadera red de colaboración internacional sincera y honesta. La pandemia de Covid-19 nos ha enseñado que las medidas tomadas solo a nivel nacional no son efectivas, los gérmenes no reconocen ni respetan fronteras. También nos ha demostrado que ocultar, enmascarar o alterar información relevante tiene consecuencias nefastas.
La peor de las pandemias es el aislacionismo y el negacionismo ideológico. La tentación nacionalista de los gobiernos y los políticos de actuar egoístamente, que acaba perjudicando a todos, a ellos mismos y sus países los primeros. Boris Johnson como primer ministro del Reino Unido decidió, en contra de la opinión general, no adoptar medidas restrictivas al principio de la pandemia, por motivos económicos e ideológicos. Consiguió que su país tuviera las tasas más altas de contagios y muertes de Europa antes de cambiar de opinión.
Algunos gobiernos, como el de Bolsonaro en Brasil y el de Trump, en parte, en los EE.UU. siguieron el mismo camino. Todos tuvieron que rectificar. Pero el peor escenario se produjo cuando estuvieron disponibles las vacunas, ya que se puso en marcha toda la maquinaria de los activistas antivacunas, anticientíficos, terraplanistas, dudacionistas, conspiranoicos y espiritados varios, pero eso merece un artículo completo.