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La patrulla canina quiere eliminar los dibujos animados excepto los suyos

Por José Manuel Barquero
domingo 05 de diciembre de 2021, 06:00h

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Hay personas empeñadas en ensuciar el buen nombre del circo, y también el de los payasos que tanto nos han hecho reir. Generar risa es un talento innato, como la mayoría de talentos. Otras habilidades se adquieren con el tiempo a través de la práctica y el esfuerzo, pero existen pocas situaciones tan patéticas como las provocadas por un sujeto gris tratando de parecer gracioso. El que más se esfuerza últimamente en las salas de prensa es Gabriel Rufián, que ha mudado del tono matonil al del cuñado chistoso, con resultados patéticos.

Hace tres años Rufián llamó a Josep Borrell en el Congreso de los Diputados “fascista”, “racista” y “hooligan”, hasta que fue expulsado del pleno. A un compareciente en comisión le llamó “corrupto, gallo, lacayo, conspirador, mamporrero y gánster”. Un día apareció en su escaño con una impresora bien gorda, y otra vez le enseñó unas esposas a Rajoy para decirle que “ojalá acabe con unas”. Rufián ha elevado el arte de la oratoria y el nivel del parlamentarismo en España a cotas desconocidas desde los tiempos de Castelar.

Pero todos nos hacemos mayores. También Rufián, que ahora reniega del espectáculo circense en que él ha convertido la política, y exige a los periodistas que le pregunten con decoro y buena educación. Al parecer el diputado catalán ha hecho un viaje relámpago desde el arrabal a las verdes pistas de Wimbledon, con sus chaquetas entalladas y su copita de champán al acabar el set, o la rueda de prensa.

Existen periodistas payasos, claro, pero es difícil justificar su censura mientras existan políticos payasos. Aún peor, resulta sorprendente que sean los políticos payasos los que quieren censurar a los periodistas payasos. Al parecer no existe gremio menos corporativo que el de los bufones mediáticos, donde una parte de ellos quiere silenciar a los otros. Son bomberos pisándose entre ellos la manguera.

Es curiosa esta polémica hoy, cuando han pasado dos décadas desde que los chicos del Wyoming pusieran en ridículo a políticos o se mofaran de ellos, con abrumadora predilección por los de derechas, claro. Y es difícil de entender que a la crítica de ERC se sume Unidas Podemos, un partido que hasta que llegó al poder recetaba los escaches como “jarabe democrático”, y cuyo penúltimo líder reclamaba en Twitter la necesidad de “normalizar el insulto” en política. Definitivamente las moquetas están cambiando a esta gente. El aire del despacho oficial les está dejando la piel más fina que el cutis de la Preysler.

Era cuestión de tiempo que la política espectáculo trajera al Parlamento el periodismo espectáculo. Si un diputado es capaz de hacer o decir cualquier tontería para captar la atención de los medios, ya estaban tardando los periodistas con menos escrúpulos en polemizar para generar un video llamativo que incremente las visitas a su web. Sucede que los histriones reclaman el monopolio de las gansadas para la izquierda, y que nadie más pueda hacer el mamarracho.

La polémica es estéril y no tendrá efectos porque el reglamento del Congreso, las leyes y los tribunales protegen el derecho a la información, incluso si la información se desliza hacia el teatrillo. Pero es sintomática la deriva reaccionaria de una izquierda que no solo está perdiendo el humor, sino también la memoria, por más que la tenga todo el día en la boca. El Grupo Parlamentario Socialista no ha tenido inconveniente en juntar su firma en un documento a la de ERC, Podemos y Bildu, la patrulla canina que quiere vigilar a los medios para decidir quién les puede preguntar y quién no.

No llegó a tanto el PSOE hace unos años para echar al diario Egin del Parlamento Vasco, cuando sus periodistas señalaban a los “enemigos del pueblo vasco” y ETA vaciaba el cargador. A veces los agujeros de bala aparecían en la nuca de otros periodistas, pero los tiempos cambian que es una barbaridad y ahora el partido de Otegi reclama por escrito “cordialidad” en las relaciones con los medios. Pretenden que las preguntas más incómodas sean un grano de arroz disparado con el boli BIC del periodista al cogote del político. Una travesura inocente. Otegi podía haber pedido esa cordialidad en 2001, cuando el Comando Toto le metió cuatro tiros en la nuca al periodista Jose Luis López de la Calle, por ejemplo. Pero entonces estaban más en provocar el terror que la risa.

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