La pandemia de covid 19 ha supuesto una durísima advertencia de las consecuencias terribles que una enfermedad infecciosa nueva y descontrolada puede tener para nuestra sociedad. Cuando aun no ha terminado, pero está relativamente controlada, al menos en nuestros países desarrollados con una población bien vacunada, el balance de los daños humanos, en forma de muertes y secuelas a largo plazo es tremendo, como también lo es en términos de daños económicos y sociales, así como el terrible estrés test al que se ha visto sometido el sistema sanitario, que estuvo a punto del colapso y en particular los profesionales sanitarios, que han padecido una enorme sobrecarga física y emocional y muchos están al borde del “burn out”, o directamente ya han caído en el mismo.
Es una advertencia de que debemos estar preparados y establecer un sistema de vigilancia de la aparición o emergencia de infecciones nuevas o reactivación de algunas conocidas que estaban en estado latente y preparar adecuadamente nuestro sistema sanitario para hacerle frente, algo que no parece que estemos haciendo ni de lejos.
Pero aparte de las posibles nuevas epidemias que puedan sobrevenir en el futuro inmediato, hay una que viene produciéndose desde hace ya unas décadas, que va empeorando de año en año y que no capta la atención de los medios de comunicación, salvo cuando la OMS u otras autoridades sanitarias hacen una llamada de alerta, pero que ni así cala en la opinión pública, que permanece en su inmensa mayoría ignorante de su dimensión y del peligro que supone.
Esta epidemia silenciosa es la de la resistencia de los microorganismos a los antibióticos. Desde que Fleming descubriera la penicilina y ésta empezara a utilizarse para tratar infecciones durante la Segunda Guerra Mundial, la medicina dio un paso de gigante con el desarrollo de numerosos antibióticos que han permitido el tratamiento de la mayoría de las infecciones bacterianas y fúngicas y, en los últimos tiempos, también algunas víricas. El desarrollo de la antibioterapia ha supuesto uno de los avances más decisivos en la historia de la humanidad, ya que, por primera vez, disponíamos de un medicamento eficaz contra enfermedades infecciosas que, hasta ese momento, eran mortales o gravemente incapacitantes.
Las personas morían de neumonía, de meningitis, de sepsis, de tuberculosis, de sífilis y de repente, en pocos años, pasamos a disponer de todo un arsenal de antibióticos que nos permitían curar estas infecciones. El éxito fue tan rotundo, que se estableció en la conciencia colectiva de las personas la idea de que de infecciones ya se moría, a no ser casos de auténtica mala suerte.
Pero el uso de los antibióticos ha ido acompañado del desarrollo por parte de los microorganismos de mecanismos de resistencia, que han ido complicando el tratamiento de las infecciones, con la necesidad creciente de desarrollar y utilizar antibióticos más potentes, de amplio espectro, que, a su vez, inducían la aparición de mecanismos de resistencia más sofisticados que inactivan un abanico cada vez más extenso de antibióticos.
A ello ha contribuido el abuso, a veces desmesurado, que se hecho de los antibióticos, administrándolos en muchas ocasiones en que no eran necesarios, pero también su uso indiscriminado en agricultura y ganadería, como profilácticos y promotores de crecimiento.
Hemos llegado a una situación en que la OMS ha elaborado una lista con los doce principales grupos de microorganismos que se están convirtiendo en un grave problema de salud pública por su resistencia a los antibióticos y ha expuesto la necesidad de actuar en un doble sentido; por un lado, se debe acelerar la investigación y desarrollo de nuevos antibióticos así como de nuevos métodos de combatir a los microorganismos y, por otro lado, es imprescindible establecer en nuestro sistema sanitario, sobre todo en los hospitales, programas de control y uso prudente y adecuado de los antibióticos y de vigilancia y control de la aparición y diseminación de gérmenes resistentes.
Además, es imperativo el cese total y completo del uso de antibióticos en agricultura y ganadería como protectores o promotores del crecimiento y el uso terapéutico en el ganado y mascotas debe estar sometido a los mismos controles y vigilancia que su uso en medicina humana. El criterio “una salud”, que implica considerar los problemas sanitarios desde una perspectiva global: humana, animal y vegetal, ya que todos estamos relacionados, debe servir como fundamento conceptual en la lucha contra esta pandemia.
Nos jugamos mucho. En 2019 murieron en el mundo más de un millón y cuarto de personas por infecciones por bacterias multirresistentes. Si nos quedamos sin antibióticos efectivos, volveremos a los tiempos en los que millones de personas morían por infecciones que, hasta ahora, hemos podido curar con más o menos facilidad gracias a ellos.
Es una epidemia silenciosa, ignorada por el gran público, pero que puede resultar tan mortífera, o más, que cualquier virus nuevo que aparezca transmitido por algún animal desde la selva profunda.