Ya sabemos que el populismo consiste en vender soluciones simples a problemas complejos, pero algunos se empeñan en el error de tratar de frenarlo ofreciendo respuestas pseudo complejas a cuestiones bastante elementales. Ambos discursos comparten una premisa inicial: considerar a la mayoría de ciudadanos como débiles mentales incapaces de separar el grano de la paja. El discurso-papilla que elimina cualquier tropezón por si acaso el niño-votante se atraganta termina haciendo estragos electorales en las opciones moderadas de gobierno. Cuando se está arruinado, por el mismo precio uno compra el cupón que ofrece el premio más gordo.
Esta semana hemos asistido a una alineación formidable de hechos. Mientras la prensa mallorquina nos informaba del estallido vecinal contra la okupación en Palma de una sucursal bancaria junto a la sede de la Policía Local, en Madrid el PSOE y Unidas Podemos se enzarzaban en una gresca alucinante que explica con nitidez por qué hay barrios obreros en los que VOX triplica en votos al neocomunismo. El socialismo, asumiendo una antigua propuesta del Partido Popular, plantea cambios legislativos que permitan desalojos en 48 horas, y la presidenta Yolanda Díaz contesta que eso supone asumir “la agenda de la derecha”. Con dos melones.
Hay días que pienso que una parte de la izquierda en realidad ha renunciado a solucionar los problemas de “la gente”, y solo piensa en frenar el ascenso en las encuestas de Feijóo diciendo estupideces que alienten el discurso autoritario de los amigos de Meloni en España. Identificar la defensa de la propiedad privada con un asunto de derechas es algo peor que un insulto a la inteligencia. Es dejar abandonados a miles de ciudadanos que se ven afectados de manera directa -cuando asaltan sus viviendas- o indirecta -cuando sufren problemas de convivencia- por la comisión de un delito.
Es innegable la tendencia de la izquierda radical que hoy ocupa -sin k- las instituciones de gobierno a comprender mejor al delincuente que a la víctima. No crean que la reforma propuesta por el PSOE en el Congreso de los Diputados resolvería por sí sola el problema de la ocupación, porque solo se refiere a los casos de allanamiento de morada o usurpación de bienes inmuebles. Deja fuera la “inquiokupación” -inquilinos que dejan de pagar y se niegan a abandonar la vivienda- que en la actualidad supone el 70% de los casos según la Plataforma de Afectados por la Ocupación.
En una Mallorca abarrotada este verano ha habido restaurantes cerrando dos días a la semana por falta de personal. Y empresas turísticas robándose empleados unas a otras a las puertas de los hoteles, convirtiendo el mercado laboral en una subasta. A pesar de ello un inquilino que deja de pagar el alquiler puede acudir a los servicios sociales para que se le considere una persona vulnerable por no tener trabajo, y bloquear su desahucio durante años.
Irene Montero dice que “la okupación es un problema inventado por la derecha” y a continuación declara sin pestañear que el problema son los precios abusivos del alquiler. Los precios se disparan porque la demanda crece y la oferta es escasa, pero la neopija de Galapagar prefiere ignorar que uno de los motivos por los que en España hay millones de viviendas vacías cuyos propietarios no quieren alquilarlas es precisamente la desprotección jurídica ante los caraduras que defienden Montero y su banda.
Hace unos días una profesional de la salud pública en Baleares me contaba el caso de un anciano que se negaba a ser ingresado durante un par de semanas por el temor a que alguien okupara su vivienda: “prefiero morirme”. El alejamiento de la realidad, la incapacidad para comprender el grado de miedo, ansiedad e impotencia que un delito como la ocupación es capaz de generar en las víctimas convierte a esa izquierda tontiloca en auténticos okupas de las instituciones, tal y como todas las encuestas están reflejando.
La izquierda mediática lleva una semana correteando con las manos en la cabeza preguntándose cómo es posible que una admiradora en su juventud de Mussolini haya ganado las elecciones en Italia. Que el populismo de izquierdas en España se cisque de una manera tan obscena sobre el derecho de propiedad privada en una economía desarrollada me lleva a pensar que necesitan los melonis para mantener su menguante huerto particular. Lo riegan cada día a base de alertas antifascistas que, de tanto sonar, parecen ya el hilo musical de la dacha.