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La muerte de Navalny como paradigma

martes 20 de febrero de 2024, 05:00h

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No importa si ha sido un crimen ordenado o una muerte por “la ruptura de un coágulo”, como afirmaron en un primer momento algunos funcionarios rusos, versión que ahora no sostienen las autoridades y han sustituido por una: “hay que esperar a las investigaciones forenses”. La muerte de Navalny ha sido un asesinato en toda regla, que empezó con el envenenamiento con el agente químico novichok, del que se salvó por los pelos gracias al tratamiento que recibió en Alemania y continuó con la detención nada más regresar a Rusia y posterior encarcelamiento, juicios sumarísimos sin garantías, acusaciones delirantes y cambios de prisiones, cada vez a peor, para acabar en la prisión del Ártico en condiciones infrahumanas, similares a las de un gulag de la era estalinista.

Sabemos por los relatos de los prisioneros ucranianos liberados en los intercambios entre Rusia y Ucrania, que la brutalidad de las cárceles rusas es desaforada, que se somete a los presos y prisioneros a condiciones y castigos bestiales para quebrar su salud física y su equilibrio psíquico, sobre todo a aquellos a los que el poder ruso tiene especial inquina, como los soldados ucranianos y el propio Navalny.

La muerte, el asesinato, de Navalny es un ejemplo paradigmático del despotismo del poder de Putin, que no es sino una continuación de lo que ha sido el poder ruso a lo largo de los siglos. Es un mensaje al mundo, una demostración de la falta de escrúpulos en el ejercicio del poder y una advertencia de que no solo no le importa la opinión de los que considera sus enemigos, occidente en especial, sino de que siente un absoluto desprecio hacia ellos, el mismo desprecio con que trata a sus propios conciudadanos si muestran el más mínimo asomo de desacuerdo, o si devienen demasiado populares; el mismo desprecio que muestra por las vidas de sus soldados, a los que sus generales envían al frente para morir por decenas de miles para conseguir ganar unos pocos kilómetros en el frente. Es una táctica habitual de los militares rusos, enviar un número exagerado de soldados, muchas veces mal pertrechados, y cuando mueren enviar más y más, hasta que el enemigo se ve superado por el número y el agotamiento de munición. Es lo que explica el increíble número de muertos en combate de la Unión Soviética en la Segunda guerra Mundial, los alemanes perdieron por agotamiento de reservas y de hombres, pero las pérdidas humanas del ejército soviético fueron varios órdenes de magnitud superiores a las del ejército alemán.

En Ucrania están repitiendo algo parecido. Saben que el ejército ucraniano no tiene ni las reservas de munición ni de hombres suficientes para aguantar indefinidamente las embestidas de los soldados rusos, muchos de los cuales no lo son, sino que son originarios de las antiguas repúblicas soviéticas centroasiáticas, a los que se recluta bajo la promesa de concederles la ciudadanía rusa tras un tiempo de servicio, algo que muy pocos conseguirán, ya que se les envía a morir por miles en ataques suicidas de infantería contra las posiciones defensivas ucranianas.

La muerte de Navalny y el comportamiento del ejército ruso en Ucrania deberían convencer de una vez por todas a los líderes occidentales de la imposibilidad de negociar con Putin, porque este va a entender todo intento de conversación como una debilidad que puede explotar y tampoco se puede confiar en que vaya a respetar ningún acuerdo que eventualmente pudiera firmar.

Los únicos que están plantando cara a Putin, pagando un precio altísimo en vidas humanas, son los ucranianos. Zelensky ha dicho muchas veces que ellos están luchando por sí y por toda Europa y los sistemas democráticos y tiene razón. Es hora no de ayudar sino de proporcionar a los ucranianos todo lo necesario para poder enfrentarse con garantías a la agresión rusa, de lo contrario el expansionismo ruso no se conformará solo con Ucrania.

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