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¿La maté porque era mía?

jueves 22 de diciembre de 2016, 01:00h

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Leo las noticias como cada día y veo el último crimen pasional en las noticias y el índice de maltratos de género en nuestras islas, el cual, parece ser el más alto de todo España.


Me parece impresionante que en pleno siglo XXI estemos hablando de este tema, crímenes y maltratos pasionales o ¿tal vez de odio?.

Es curioso cómo puede estar sucediendo esto entre nuestros amigos y vecinos, aunque, a decir verdad, no me sorprende tanto, porque, aunque no queramos verlo, esto ha sucedido toda la vida y mucho más.

En mi despacho me encuentro cada día casos de personas que me cuentan que sus progenitores les maltrataban o que sus padres discutían hasta llegar a la violencia, física y mental. Es algo muy habitual, más de lo que nos parece y de lo que debería de ser.

No obstante, no deja de sorprenderme que el ser humano haya evolucionado en tantas cosas y en otras sigamos a este nivel, pero tiene lógica si conocemos como funciona el cerebro humano y como gestionamos las emociones.

Una de las emociones básicas que se desarrolla en el cerebro reptiliano, en nuestro cerebro más primitivo, el que compartimos con otros mamíferos es la ira y es la encargada de hacer que podamos sobrevivir y lo ha sido por el paso de los años y seguirá siendo así, mientras que la raza humana necesite sobrevivir en el planeta.
Y en un momento en el que el ambiente está enrarecido, en el que disponemos más que nunca de drogas, alcohol, fármacos que alteran nuestro poco sentido común, es normal que afloren todas las inmundicias humanas.

Cuando en mis cursos de Inteligencia Emocional enseño la gestión emocional, es posiblemente uno de los temas que más controversia crea entre mis alumnos, ya que todo el mundo busca poder contener sus impulsos más salvajes, sobre todo aquellos que no son tan positivos como quisiéramos.

Pero en ocasiones nos es imposible hacerlo y mucho más cuando no nos preocupamos por aprender a hacerlo.

Pensamos que estos hechos suceden entre las personas de clases más humildes, pero no tiene nada que ver con la clase social a la que se pertenece, sino todo lo contrario, cuanto más a mano tenemos posibilidad de desarrollarnos, a veces aparecen características como el EGO, o afloran otros vicios a los que una persona de clase social más humilde, no puede ni soñar con acceder.

A veces nuestro egoísmo y nuestra miseria humana, aflora en el momento que menos lo podíamos sospechar.

No obstante hay algo que no puedo entender, como esas mujeres u hombres, se mantienen dentro de esas relaciones, cuando ya ha habido una primera vez de la agresión. Soy consciente que es por miedo y cobardía de no poder afrontar la vida por si mismas, pero me pregunto, ¿tan poco valoramos nuestras vidas?, ¿Tal vez no es suficiente que una persona nos insulte y humille que tenemos que esperar a que nos faltrate también físicamente?, ¿nos queremos tan poco?.

Mi querida abuela Marcelina, me contó en una ocasión, que un día mi abuelo llegó a casa con una copita de más e intentó levantarle la mano y ella evitó el golpe y esperó hasta que estaba medio adormilado y calmado en el sofá del salón, sin decir nada, ni quejarse y entonces, se acercó a la cocina y tranquilamente cogió un cuchillo, se dirigió a él, después de haberlo pensado un rato y le dijo: “La próxima vez que vuelvas a intentar pegarme te mataré”. Contaba que ya jamás mi abuelo le levantó la mano, ni lo intentó. Y añadía: “nunca jamás permitas que un hombre te ponga la mano encima porque basta una sola vez para que se repita durante toda tu vida”. Mi abuela era una mujer casi analfabeta y de clase humilde, pero con una autoestima muy sana y con las cosas muy claras.

Me gustaría que esta historia fuera un modelo a seguir para todas aquellas personas que sufren agresiones día a día y que tengan en cuenta que siempre, se puede volver a empezar.

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