¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿El hombre o la mujer? ¡Gran dilema existencial! Aunque dicen las Sagradas Escrituras que Eva se formó de una costilla de Adán, no quiero pecar de incrédula pero, es evidente que los humanos nacemos de la unión entre un hombre y una mujer. A pesar de que las características anatómicas y biológicas sean diferentes, uno no es superior al otro porque ambos se complementan e igualmente son necesarios para la creación de un ser vivo.
Esta semana me siento en la obligatoriedad de hablar sobre la distinción entre el género y el sexo en nuestra sociedad, debido a tres razones importantes. La primera es la conmemoración del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora; en segundo lugar, por la distribución en las redes sociales de la lamentable intervención de un eurodiputado polaco que afirma que las mujeres deben ganar menos porque son más débiles y menos inteligentes; y finalmente porque la Real Academia Española, gracias a la iniciativa lanzada por una joven en la plataforma Change.org, agregará en su diccionario la entrada de las expresiones “sexo débil” y “sexo fuerte” como marcas de uso despectivas o discriminatorias que solo serán entendidas en sentido irónico.
El sexo es un conjunto de características de un organismo que distinguen al macho de la hembra y viene determinado por naturaleza, no se puede cambiar completamente. En cambio, el género es la construcción social del sexo, es decir, se compone de unos roles que cada sociedad inculca a las personas dependiendo de su sexo, aunque estos roles podrían variar. La existencia de los dos tipos de género: masculino y femenino, conlleva a dar prueba de que hombres y mujeres son más diferentes que similares. Por tanto, nuestra contaminada sociedad es la causante de que muchas mujeres sean infravaloradas, incluso violentadas por el sexo opuesto y de ahí, la procedencia del término violencia de género.
La mayoría de mujeres que conozco son enérgicas, dinámicas, animosas, esforzadas y capaces de superar los obstáculos y desgracias que se pueden presentar a lo largo de su vida. Sin embargo, nos tachan de débiles porque nuestro carácter acepta y cede con más facilidad ante opiniones contrarias a las nuestras, cuando debería ser una virtud de las más ensalzadas.
Recuerdo a mi abuela (1890-1987) que parió diez hijos (6 hembras y 4 varones) en dieciséis años y decía que los pantalones vaqueros era uno de los mejores inventos para las féminas. Mi madre, después de 63 años de matrimonio, revela el secreto de su relación: “cada uno de los respectivos cónyuges debe respetar el espacio del otro y mantener su propia independencia”. Ella todavía guarda en su memoria aquellos tiempos en que las esposas ni siquiera podían ser titulares de una cuenta bancaria y mucho menos sacar dinero sin el beneplácito de su marido. Y cómo no mencionar el esfuerzo de mujeres luchadoras que han logrado ser pioneras en el ámbito científico, grandes inventoras como Madame Curie, ilustres escritoras, célebres empresarias, deportistas… En definitiva, grandes poseedoras del sentimiento y del saber que encumbra al género humano.
A todas y a cada una de estas mujeres trabajadoras que han sido y son abuelas, esposas, madres, hijas, hermanas, amigas... va dirigido este, que quiere ser, un merecidísimo reconocimiento y el deseo de que nadie nunca nos trunque la libertad ni coarte nuestra dignidad.