En la infamia perpetrada en Manacor contra un semejante como un niño (un adulto con una disminución psíquica del 38 por ciento), no caben atenuantes ni eximentes en los gravísimos actos de unos sádicos sociópatas, en unas circunstancias en que se ensañaron durante unos días, a plena voluntad, colectiva y simultáneamente contra un desvalido, incapaz de un pleno uso de razón, con unos actos criminales que exigirían el inmediato ingreso en prisión de los malhechores, por los delitos de secuestro y retención ilegal, abuso de autoridad grupal, intimidación y amenazas reales, torturas con lesiones graves y vejaciones constantes y reiteradas durante su secuestro, hasta que la víctima pudo escaparse de los dos fulanos que le condujeron a la fuerza al cajero automático, en el momento de la exacción, que era el premeditado y principal objetivo de esos canallas. Un cúmulo de delitos cometidos con ensañamiento y alevosía aplastantes por una banda criminal formada expresamente a tal efecto contra una persona indefensa, inconsciente de la realidad e incapaz de rebelarse.
A lo más, si algo sublime y excepcional no lo corrige, a los autores les caerán unos mesecitos de nada, con el temor, a lo sumo, de quedar fuera de la circulación algún tiempo -o algo más si repiten- y una indemnización de unos euros que no pagarán. La evidencia conocida es que los de la manada se van al patio de recreo, no al de la prisión, ante el estupor general por el colmo de la flexibilidad del código penal.
Lo esencial siempre es la presunción de inocencia. Para dudas desgarradoras, propias del cargo, las de fiscales y jueces al no poder apreciar en la actuación de esos presuntos delincuentes gravedad suficiente para ingresarlos de inmediato en prisión por unos supuestos daños -¿irrelevantes tal vez?- cometidos acaso con drogas y alcohol de por medio, o con consentimiento pleno de la víctima, o en una orgía sádica de gente oprimida por una sociedad que les excluye. En el contexto actual, el feminismo radical saldrá a cuidar de las cuatro desamparadas mujeres del grupo, inculpadas por esos otros autores naturales, pues ellas sólo acompañaban a sus chicos de fiesta. Ojo, pues, que algo de esto causaría un innecesario revuelo mediático, sin olvidarnos de la alarma social del caso, que durará un par de días.
La especial vulnerabilidad de un ser humano con una disminución psíquica plenamente invalidante y apreciable por cualquiera en dos minutos está fuera de toda duda razonable, pero alguien dirá que por unas bromitas de nada no hay que provocar más escándalo, que sólo fueron unos juegos de unos pobres chicos enfermos, desarrapados y sin recursos. Tal vez lo eran, pero la malicia de su indignidad no reparó en las graves y patentes limitaciones de su víctima.
Pensándolo detenidamente, tal vez el primer castigo de esta gentuza miserable será la libertad de su recreo en el patio de la vida, que no les privará de poder recibir de inmediato la atávica aplicación de la ley del talión, la vergüenza de los suyos, el rechazo y el asco de sus semejantes.
Dura lex, sed lex. Sin dudas.
Antonio Vidal González, Palma.