Quizás el texto más sublime del cristianismo sea éste: “Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos solo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones y, si pones en él los ojos, las hallarás en todo, porque él es toda mi respuesta, y es toda mi visión y es toda mi revelación; lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por Hermano, Compañero y Maestro, Precio y Premio” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, II, 22, 5).
Escúchalo e interiorízalo. Condensa la esencia misma del ‘misterio central del cristianismo’, que “no es conjunto de ritos y creencias sino una forma de vida…” (César Vidal, El testamento del pescador, Madrid 2004). Practica el discernimiento más elemental, revisa tu propia vida y tus ansias de plenitud en ella, así como tus numerosas frustraciones. Llegará un instante en que todo lo veas de modo diferente y todo, en tu itinerario vital, irá adquiriendo sentido. Eso sí, todo parte de la confianza, de la fe, de fiarse de Jesús, que te llama individualmente. Y te llama para que respondas también de modo individual e imites en tu vida su modo y estilo de vida.
A decir verdad, este entendimiento del cristianismo tiene muy poco que ver con la doctrina que ha venido históricamente enseñando la Iglesia y con el modo de vivir los que dicen ser sus seguidores, incluso sus líderes más cualificados. ¡Triste y lamentable realidad! En el Ángelus, un 9 de junio de 2024, el papa Francisco glosó el significado de la libertad con que actuó Jesús: “Y el Espíritu lo hacía divinamente libre, es decir, capaz de amar y de servir sin medida y sin condiciones. Jesús es libre”. Contemplemos algunos aspectos del contenido de esta libertad:
“Jesús era libre respecto a las riquezas: por eso dejó la seguridad de su pueblo, Nazaret, para abrazar una vida pobre y llena de incertidumbres (cfr. Mt 6, 25-34), curando gratuitamente a los enfermos y a cualquiera que viniese a solicitarle ayuda, sin pedir nunca nada a cambio (cfr. Mt 10,8). La gratuidad del ministerio de Jesús es ésta. Es también la gratuidad de todo ministerio” (Francisco).
La lectura de Mt 6, 25-34 marca, definitivamente, una orientación básica en la vida del cristiano. Difícil, muy difícil, de comprender, de aceptar y de vivir en ese espíritu. ¡No os preocupéis! ¡Confiad en Dios¡ ¡Tened fe! No dejarse dominar por el ansia de acumular riqueza. “No puede un siervo reverenciar a dos señores, pues honrará al uno y afrentará al otro” (EvTomás, 47 y Mt 6, 24). Al ejercer el ministerio encomendado, Jesús recomienda: “de balde lo habéis recibido, dadlo de balde. No llevéis en vuestros cinturones ni oro ni plata ni bronce, ni zurrón para el camino, ni muda de túnica y sandalias, ni bastón; pues el obrero merece su sustento” (Mt 10, 8-10). ¡Gratuidad de todo ministerio!
Es archisabido que la conducta de la Iglesia, a través de la historia, no ha sido, precisamente, coherente con el espíritu y el mandato del Maestro. Es sabido que no ha sabido resistir al deseo de acumular riquezas (ambición y codicia). Ha ejercido una especie de monopolio de las postrimerías mediante una especie de manipulación del miedo a la muerte y al más allá (Salvador Pániker, Variaciones, 19-20). Fuente incalculable de riqueza y poder, a la que no ha querido renunciar. Pero fuente también de pérdida notable de credibilidad y causa del abandono de tantos y tantos. ¿Cómo podría ahora la Iglesia desandar tan antievangélico camino? ¿Está dispuesta su Jerarquía más cualificada a modificar su modo de vida? ¿Será posible que todavía no hayan entendido en la Iglesia que el “reino de Dios según el Maestro no era político, sino espiritual” y, en consecuencia, no se regía, de igual modo, que ‘los reinos de las naciones’? (Antonio Piñero). ¿Serán capaces de superar la falsa identificación del reino de Dios con la propia Iglesia? Personalmente, lo dudo. ¡Eterna confusión!
“Era libre respecto al poder: efectivamente, aunque llamó a muchos a seguirlo, nunca obligó a nadie a hacerlo; y jamás buscó el apoyo de los poderosos, sino que estuvo siempre de la parte de los últimos, y enseñó a sus discípulos a hacer lo mismo que Él había hecho (cfr. Lc 22,25-27)” -Francisco-.
Jesús nos enseñó a todos con su vida un camino seguro a seguir: actuar como Él (Lc 22, 25-27), ‘escuchadlo’ (Mt 17, 5). Jamás obligó a nadie. Siempre respeto la libertad de la respuesta. Siempre tuvo una especial deferencia y atención para los humildes, los pobres, los marginados, los últimos de este mundo. Jamás pasó de largo ante el sufrimiento ni ordenó callar a quien le solicitaba piedad, ni reprendió porque estorbaba y molestaba (Mc 10, 46-52. Cfr. Delgado, La despedida de un traidor, págs. 327-333).
Pues bien, se ha de subrayar, una vez más, que el comportamiento de la Iglesia se venido expresando, en múltiples ocasiones, en manifiesta contradicción con el estilo de vida de Jesús. Fue poderosa y fue el poder mismo. Cuando no lo pudo ostentar, siempre procuró moverse por los aledaños del poder efectivo. Es más, este afán de poder le llevó a no saber centrar su atención en lo que era un mandato del Maestro: “Lo del César, devolvedlo al César, y lo de Dios, a Dios” (Mc 12, 17). Y, así propició que todos los grandes movimientos sociales, culturales, científicos y políticos del s. XIX surgiesen a pesar de la oposición de la Iglesia. Tan desviada fue esta toma de posición frente al poder secular que ha llegado, al primer cuarto del s. XXI, sin ya generar cultura. ¡Un desastre, una pena!
“Finalmente, Jesús era libre respecto a la búsqueda de la fama y de la aprobación, y por eso nunca renunció a decir la verdad, aun a costa de no ser comprendido (cfr. Mc 3,21) y de hacerse impopular hasta morir en la cruz; y no se dejó intimidar, ni comprar, ni corromper por nada ni por nadie (cfr. Mt 10, 28) -Francisco-.
Jesús fue libre para decir la verdad, para ‘proclamar la buena nueva de Dios’ (Mc 1, 14). Corrió el riesgo de no ser comprendido y de enfrentarse a los representantes oficiales del judaísmo. Lo cual le valió, a la postre, su condena en la cruz. Pero, como ha subrayado Francisco, “no se dejó intimidar, ni comprar, ni corromper por nada ni por nadie”. Dura y difícil doctrina para sus seguidores. Jesús subraya el criterio, totalmente diferente, en el reino de Dios: “pero, no así vosotros” (Lc 22, 26).
Como siempre, vuelve a entrar en juego la naturaleza espiritual del reino de Dios, que fija y determina el comportamiento de quienes lo predican con su vida: amor y compromiso con la verdad. Actitud especialmente necesaria en estos tiempos en que predomina, en todos los ámbitos, la cultura de la falsedad (‘fake news’). La Iglesia viene obligada a purificar su actitud y comprensión del mundo. Su tan invocada función profética no debería saber de colores políticos. Tampoco debería posicionarse en función de ideologías previas. También debería saber que los silencios suelen ser cómplices. La tan utilizada equidistancia no debería formar parte del instrumental de su comportamiento. Todo ello corrompe su función espiritual (reino de Dios), le resta credibilidad y anula la eficacia evangelizadora.
Gregorio Delgado del Río