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La ley de la vida

Por Jaume Santacana
miércoles 12 de julio de 2023, 05:00h

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O, como vulgarmente se conoce la expresión: “ley de vida”. Es más: habitualmente, esta expresión viene acompañada de un rictus algo patético y del clásico verbo “ser” en su forma de tercera persona del singular del presente de indicativo. Total: la gente pone cara de circunstancias y dice: “es ley de vida”, acompañado (ademas de la citada mueca de pena), levantando los hombros y abriendo un poco ambos dos brazos, como queriendo decir “¡es lo que hay...!. Disculpen el rollo patatero (papatero en Canarias).

Así pues, el título de este artículo refleja, según mi modesta opinión, la expresión más fatalista que rodea el viaje humano. Me place ofrecerles mi versión particular sobre cuatro aspectos que interpretan, de alguna manera, el objeto de esta ley no escrita pero real como la vida misma.

Nadie llega a nuestras vidas por casualidad; todas las personas que nos rodean están ahí por algún motivo. Algunas existen para hacernos aprender, otras para hacernos avanzar y otras, simplemente, para fastidiar y jorobarnos lo máximo posible.

Lo que nos sucede es la única cosa que podía habernos sucedido: no hay más mandangas ni filosofías baratas. Nada, absolutamente nada de lo que nos ocurre en nuestras vidas podría haber sido de otra manera; ni siquiera el detalle más insignificante. El burdo comentario “si hubiera hecho tal cosa hubiera sucedido tal otra…” entra en el mundo del absurdo. La auténtica verdad es que lo que nos pasó fue lo único que nos podía haber pasado y madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle. Y punto pelota, como diría el ínclito y extraordinario político Jose María Aznar López, grande entre los grandes estadistas y humano de una inteligencia inconmensurable ahí donde las haya; si las hubiere...

Las distintas y diversas situaciones que nos suceden a lo largo de nuestra vida son las que son, es decir, gozan de una perfección ilimitada; otra cosa es que nuestra mente o nuestro ego se resistan, no quieran aceptarlo o lo rechacen sistemáticamente. Si algo va o funciona mal, la culpa es, siempre de los siempres, nuestra; no le den más vueltas. No existen las casualidades, ni el azar, ni la predestinación ni los destinos universales ni cósmicos. Años ha, o sea antes, cuando el televisor producía interrupciones o cortes de emisión frecuentes, solíamos decir: “tranquilos, es de ellos” (entendiendo que este “ellos” se refería a la empresa emisora, que en aquel momento era la única e intransferiblede Televisión Española de las FET y de las JONS. Hoy en día, las responsabilidades reales de nuestras vidas son nuestras, solo nuestras y de nadie más.

Cualquier momento en el que comience algo que nos atañe es el momento correcto; todo se inicia en el momento indicado, ni antes ni después. En el instante en que algo se pone en marcha, indefectiblemente, este algo se realizará sin ningún género de dudas. Aquello de que en la vida el tren solo pasa una vez es una falacia inaguantable y ridícula: el tren pasa cuando tiene que pasar (excepto en el sistema de “Rodalies”, Cercanías, de Renfe de Catalunya) y no hay nada más que hablar. O subes o lo pierdes.

A su vez, cuando algo termina, termina. Simplemente, así de fácil. Lo que acaba en nuestras vidas es a favor de nuestra evolución (la humana, claro); por lo tanto, es mejor dejarlo correr y no darle más vueltas. Hay que seguir adelante, seguir circulando y avanzar enriquecidos por esta experiencia.

Estoy seguro que no es casual que ustedes, lectores digitales, estén leyendo este escrito; si este texto ha llegado a sus vidas —y sobre todo si lo están leyendo— es porqué todos, ustedes y un servidor, estamos preparados para comprender que ni un solo copo de nieve cae en un lugar equivocado; ni cae de abajo a arriba.

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