Desde esta semana se representa en toda España el sainete preelectoral de cada cuatro años. Ningún político dice lo que realmente piensa, sino lo que cree que mejor servirá a su propósito de mantenerse en su respectivo cargo o acceder a él.
Colocado, pues, el filtro acústico de majaderías en nuestros oídos, analicemos la reacción que el PSOE está teniendo después de ser descabalgado del poder en Andalucía tras casi cuarenta años ininterrumpidos salpicados de casos de corrupción y luego de una nefasta gestión que ha demostrado, a lo largo de esas cuatro décadas, que mantener una tasa elevada de paro y tejer un entramado de subsidios conviene a sus intereses.
El mantra que socialistas y podemitas intentar vendernos ahora es que PP y Ciudadanos han entregado el poder a la ignominiosa extrema derecha de Vox. Naturalmente, ni Sánchez ni los dirigentes socialistas andaluces se molestan en explicarnos por qué, si ellos huyen como de la peste de semejantes apoyos ultras, gobiernan en Balears y otras comunidades gracias a los votos de los radicales neocomunistas de Podem. Porque, claro, la extrema izquierda, incluyendo la radical y antisistema, no es para ellos como la extrema derecha. La extrema izquierda está conformada por tenaces compañeros de lucha y la extrema derecha por monstruos. Fariseos.
Y, todo ello, pese a que en el mundo todavía existen por desgracia sanguinarias dictaduras fundadas en doctrinas comunistas, mientras, que yo sepa, no existe ya ningún régimen autoritario basado en postulados fascistas, pues las últimas fueron las odiosas dictaduras de Centro y Sudamérica de los años 70.
Por su parte, la Europa occidental vive, desde 1945, un tremendo complejo que le impide psicológicamente analizar con el mismo rigor las consecuencias que el comunismo y el fascismo han tenido para la humanidad. La URSS y sus satélites y herederos diversos, pese a exhibir una lista de víctimas –que sigue actualizándose cada día- superior incluso a la suma de los regímenes nazi y fascistas de todo orden, son percibidos en Francia o Alemania de modo muy dulcificado, porque fueron un factor clave para acabar con Hitler (y sustituirlo en el ránking, diría yo).
No debemos olvidar que la Alemania nazi y la URSS de Stalin habían sellado un pacto antes de la II Guerra Mundial –el pacto Ribbentrop-Molotov- para repartirse el continente, y que solo la invasión germana de Rusia provocó la entrada de los comunistas en el conflicto, que hasta ese momento era percibido como un enfrentamiento entre despreciables regímenes burgueses. A los comunistas, el proletariado occidental y los judíos y su holocausto les importaban un auténtico pimiento. Eso, si no los asesinaban ellos.
Por todo ello, no es extraño que Macron manifieste su alarma o que Merkel haga lo propio ante los pactos del PP con Vox. Lo curioso es que nunca se les oyó tal prevención cuando el PSOE “se entregó en brazos” de los comunistas de Podemos, siguiendo esa proverbial asimetría retórica de la izquierda.
Así que las lágrimas de cocodrilo de Sánchez y sus acólitos debemos atribuirlas no tanto al miedo a una imaginaria regresión democrática, como al lamento por haber perdido un gobierno que consideraban de su propiedad y al temor cierto de que, al levantar las alfombras, aparezcan los sapos y culebras que los socialistas andaluces han criado durante cuarenta años.