Para que mi madre entienda la inflación tengo que traducir los precios a pesetas.
Estábamos en la mesa, a punto de comer, cuando abordamos el tema de la renta mensual que iba a pagar un familiar por una nueva vivienda en alquiler. Tomé la renta mensual, la multipliqué por doce y lo pasé a pesetas. Giré la calculadora, le mostré el resultado a mi madre y su cara se transformó. No daba crédito. Pero si eso es lo que tu padre y yo pagamos por comprar un apartamento, espetó.
Le tuve que recordar que hacía 40 años de esa adquisición y que todo había cambiado mucho. Y no a mejor cuando hablamos de los precios. Ella apelaba al espíritu de sacrificio en aquella época en la que, aun con tipos de interés de dos dígitos, podían pagar las letras (bonita palabra que empleaban para referirse a las cuotas mensuales de un préstamo) con sacrificio y una vida de trabajo y gastos superfluos contenidos. Mirábamos el céntimo, me decía mientras servía los platos con esas comidas que solo nuestras madres son capaces de hacer.
No veo a la gente joven con ese espíritu, seguía comentando. Yo le dije que los jóvenes lo tienen muy difícil y de ahí su desmotivación. Que los años de trabajo para comprar una casa son una barbaridad, sobre todo en Balears. Así como la media española es de 7,7 años de salario para poder comprar una casa, en Balears necesitamos 17,6 años, liderando un ranking que nos saca los colores.
Le recordé que la emisión descontrolada de dinero por parte de los bancos deteriora nuestro poder adquisitivo y en la pandemia se ha abusado de esta técnica. A pesar de las subidas de tipos de interés (otro lastre para las economías personales) puede que veamos precios más altos y el futuro no es halagüeño. Se ha emitido mucho dinero.
Desde que se creó la Reserva Federal en 1913 el dólar ha perdido un 96% de valor. Y eso que la tecnología ha avanzado mucho y abarata los precios. Pero ni aun así hemos visto cómo los precios han subido sin parar y el poder adquisitivo de las familias ha bajado considerablemente. Vamos, que nos hemos empobrecido o, mejor dicho, nos ha empobrecido.
Para que me entendiera mi madre (y aun sabiendo que inciden otros factores especulativos en el precio de las materias primas) le dije que ya estamos viendo cómo el litro de aceite vale tanto como el de whisky.
¿Y si seguimos así qué pasará con tus hijas? me preguntó.
Pues pasará lo que siempre ha pasado, le contesté. Que el euro, el dólar, la libra y todas las monedas fiduciarias desaparecerán como ha pasado siempre en la Historia con todas las monedas sin respaldo alguno. Que detrás de tanta moneda inyectada en el sistema hay una deuda enorme. El mundo se debe a sí mismo dos veces y medio de lo que produce al año y eso no es sostenible.
Nada es infinito y cuando estalle el sistema se inventarán otro. Será el Gran Reseteo que comentan por ahí.
Mi madre sirvió los platos y empezamos a comer. A pesar de su exigua pensión (que sube mucho menos que los precios) vive con tranquilidad. Los alquileres de aquellos apartamentos que costaron sudor y sacrificio a mis padres le permiten subsistir y torear la inflación. Aquellos apartamentos que hoy valen lo mismo que un año de alquiler.
Pero no todo está perdido. A pesar de estar ante las primeras generaciones que ganan menos que sus padres, los anteriores argumentos tienen una importante limitación mental que nos inculcaron desde el colegio.
Y no es otra que la de hacernos pensar que el trabajo es la única fuente de ingresos. Nos enseñaron a ser trabajadores y a demonizan a los empresarios. No nos enseñaron a detectar oportunidades de mercado y crear empresas.
Es el momento de enseñar educación financiera a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) para que aprendan cómo se mueve el dinero y para que sean capaces de generar ingresos pasivos que complementen su salario. Como hizo mi madre con sus alquileres pero con inversión mucho más baja o solo con un esfuerzo que cree un activo y genere rentas.
A la pregunta de qué pasará con mis hijas, le contesté que ya están en el camino de la educación financiera. Tienen los conocimientos y me tendrán a mí para caminar acompañadas para cuando acaben sus estudios universitarios. Porque sí, queridos jóvenes, hay que estudiar a pesar de que muchos tiktokers digan que la universidad no aporta nada y muestren a Steve Jobs como un genio que no acabó sus estudios universitarios.
Además de conocimientos, el paso por la Universidad aporta como mínimo, espíritu de sacrificio, planificación y rotura de límites mentales tras la consecución de retos. Eso sí, luego la calle te enseña mucho más.
Empezamos a comer y la cara de desesperanza de mi madre desapareció. Si tus hijas van a estar bien, yo estoy bien, me dijo.